“…Unicef califica ya a
Acapulco como la ciudad mexicana número uno en lo que a prostitución infantil
se refiere. Ha desbancado a Cancún y a Tijuana.”
De esta forma revela al
estado de Acapulco el reportaje que les traigo esta semana. Ya la vez pasada,
en esta misma sección de Textos y algo más, les compartía el reportaje Esclavas
de la calle Sullivan (que pueden checar en la parte derecha del blog), también acerca
de la prostitución. Esta ocasión pretendía poner algo acerca de otro tema, pero
en mi búsqueda de textos periodísticos, cortometrajes o de otras cosas de
interés, me topé con este otro texto, que simplemente no podía dejar pasar.
Siguiendo la misma línea de
aquel primer reportaje, ahora les comparto un texto del periodista Alejandro
Almazán, publicado en la revista Spleen Journal. En él, nos da cuenta del nido
de prostitución infantil que se ha vuelto el estado de Acapulco, las
condiciones deplorables en que operan los padrotes de niños de entre 5 y 18
años, que se rentan a cambio de dinero o incluso comida; también, transcribe
las conversaciones que sostuvo con algunos de los afectados. Terribles
declaraciones de niños de 9 años, que hablan sobre golpizas, asesinatos, drogas
y sexo, como si estuvieran hablando del clima. Resulta inaudito pensar que esa
realidad es la que viven a diario. Una realidad decadente, donde extranjeros
pagan por acostarse con niñas o niños, y donde algunos hoteles tienen un
paquete especial, en el cual, el precio de la habitación incluye un niño. Todos
estos espeluznantes datos y más, podrán encontrar en este brillante producto
periodístico, que vale la pena leer, a pesar de lo fuerte del tema.
A continuación, un
fragmento:
“[…] En las callejuelas
del centro, esas que suben dolorosamente hacia el cielo, está el bar Venus. Es
una construcción vieja de dos pisos, pintada de mala gana. Es de un naranja
parecido con el que Van Gogh pintó el melancólico cuadro The Old Tower in the
Fields. La desvencijada puerta es azul, como si quien la cruzara fuera directo
al paraíso. Pero no: los ventiladores giran sin énfasis, hay mesitas de lámina
extenuada y los clientes son una bola de infelices a los que sólo les queda
emborracharse para combatir el calor y la tristeza. Quizá lo más deprimente sea
la pista donde bailan las mujeres de vientres poderosos: es una enorme ostra de
concreto que arroja luces rojas y verdes. Todo aquello parece sacado de las
películas o de los cómics de Alejandro Jodorowsky.
Mía bailaba en el tubo
como una boa adormecida mientras de la rocola salía la voz de Noelia con eso de
“tú, mi locura, tú, me atas a tu cuerpo, no me dejas ir”.
Mía, que en realidad se
llamaba Ariadna, había cumplido los 14 años el 3 de septiembre pasado y estaba
orgullosa de su edad porque eso le ayudaba a que los clientes se pelearan por
ella.
Intentó sentarse en mis
piernas y la mandé a la silla.
—¿Qué, eres joto? –preguntó
con un hablar pastoso. Ya estaba algo ebria.
—No, pero tienes la
edad de mi sobrina – y Mía me miró como si me hubiera vuelto loco. Luego,
ordenó una cerveza mientras enumeró sus reglas:
—Me tienes que dar 40
pesos por estar aquí contigo; con eso ya pagas mi cerveza. Si quieres algo más,
allá atrás hay cuartos. Cuestan 100 pesos y yo te cobro 200. Si quieres que te
la chupe, son 100 más.
—A mí sólo me gusta
platicar, soy reportero.
—Bueno, dame los 40 y
platicamos.
Al sacar el dinero la
miré bien: los ojos, de negro intenso, casi se perdían en la cara; estaba
maquillada como los muertos, tenía papada, los pechos apenas le estaban
creciendo y su cuerpo rechoncho era de un irreparable color cobrizo.
Pagué. Entonces Mía me
contó que ese nombre se lo puso ahí un viejo, amigo de la patrona. A ella se le
hacía muy estúpido, pero debía aguantarse. “Yo hubiera escogido un nombre como
Esmeralda o algo así”. Era de Tierra Caliente, pero había llegado a Acapulco
hace medio año para trabajar en un Oxxo, pero cuando le dijeron que en el Venus
podía ganar 800 pesos al día mandó al diablo la idea de ser una cajera vestida
con uniforme rojo con amarillo. “Ahí en el Oxxo iba a ganar como 50 pesos y a
mí me gusta comprarme ropa”. Su mamá no sabe a qué se dedica y, si lo supiera,
no le preocupa: “Porque yo la mantengo a ella, a mi abuelita y a dos sobrinos;
como mi papá se fue a California y nunca regresó, necesitamos el dinero”.
Prostituirse no le
quita el sueño. “En mi pueblo venden a las mujeres desde chiquillas, con eso
pagan la tele que compran o las cervezas que no pagaron”. También dijo que le
gustaría probar las drogas y que un día quiere ser actriz de telenovelas.
No habló más porque un
gordo, al que le faltaban varios dientes y andaba todo andrajoso, la llamó con la
mano en la cartera para que se sentara con él. Se bebieron una caguama como si
ambos desfallecieran de sed. Luego, cuando en la ostra gigante bailaba una
mujer que parecía haber ido con un carnicero a que le hiciese la cesárea, el
tipo se llevó a Mía. Fueron a los cuartos. […]”
Si es como dice Saramago: “Yo
no soy pesimista, lo que pasa es que este mundo está pésimo…”. ¿No creen?
Ahora el link del reportaje completo. No tiene desperdicio. Saludos.
C´est fini.