miércoles, 31 de julio de 2013

De textos y algo más/II: Los Acapulco Kids


…Unicef califica ya a Acapulco como la ciudad mexicana número uno en lo que a prostitución infantil se refiere. Ha desbancado a Cancún y a Tijuana.

De esta forma revela al estado de Acapulco el reportaje que les traigo esta semana. Ya la vez pasada, en esta misma sección de Textos y algo más, les compartía el reportaje Esclavas de la calle Sullivan (que pueden checar en la parte derecha del blog), también acerca de la prostitución. Esta ocasión pretendía poner algo acerca de otro tema, pero en mi búsqueda de textos periodísticos, cortometrajes o de otras cosas de interés, me topé con este otro texto, que simplemente no podía dejar pasar.



Siguiendo la misma línea de aquel primer reportaje, ahora les comparto un texto del periodista Alejandro Almazán, publicado en la revista Spleen Journal. En él, nos da cuenta del nido de prostitución infantil que se ha vuelto el estado de Acapulco, las condiciones deplorables en que operan los padrotes de niños de entre 5 y 18 años, que se rentan a cambio de dinero o incluso comida; también, transcribe las conversaciones que sostuvo con algunos de los afectados. Terribles declaraciones de niños de 9 años, que hablan sobre golpizas, asesinatos, drogas y sexo, como si estuvieran hablando del clima. Resulta inaudito pensar que esa realidad es la que viven a diario. Una realidad decadente, donde extranjeros pagan por acostarse con niñas o niños, y donde algunos hoteles tienen un paquete especial, en el cual, el precio de la habitación incluye un niño. Todos estos espeluznantes datos y más, podrán encontrar en este brillante producto periodístico, que vale la pena leer, a pesar de lo fuerte del tema.

A continuación, un fragmento:

“[…] En las callejuelas del centro, esas que suben dolorosamente hacia el cielo, está el bar Venus. Es una construcción vieja de dos pisos, pintada de mala gana. Es de un naranja parecido con el que Van Gogh pintó el melancólico cuadro The Old Tower in the Fields. La desvencijada puerta es azul, como si quien la cruzara fuera directo al paraíso. Pero no: los ventiladores giran sin énfasis, hay mesitas de lámina extenuada y los clientes son una bola de infelices a los que sólo les queda emborracharse para combatir el calor y la tristeza. Quizá lo más deprimente sea la pista donde bailan las mujeres de vientres poderosos: es una enorme ostra de concreto que arroja luces rojas y verdes. Todo aquello parece sacado de las películas o de los cómics de Alejandro Jodorowsky. 

Mía bailaba en el tubo como una boa adormecida mientras de la rocola salía la voz de Noelia con eso de “tú, mi locura, tú, me atas a tu cuerpo, no me dejas ir”.

Mía, que en realidad se llamaba Ariadna, había cumplido los 14 años el 3 de septiembre pasado y estaba orgullosa de su edad porque eso le ayudaba a que los clientes se pelearan por ella.
Intentó sentarse en mis piernas y la mandé a la silla.

—¿Qué, eres joto? –preguntó con un hablar pastoso. Ya estaba algo ebria.
—No, pero tienes la edad de mi sobrina – y Mía me miró como si me hubiera vuelto loco. Luego, ordenó una cerveza mientras enumeró sus reglas:
—Me tienes que dar 40 pesos por estar aquí contigo; con eso ya pagas mi cerveza. Si quieres algo más, allá atrás hay cuartos. Cuestan 100 pesos y yo te cobro 200. Si quieres que te la chupe, son 100 más.
—A mí sólo me gusta platicar, soy reportero.
—Bueno, dame los 40 y platicamos.

Al sacar el dinero la miré bien: los ojos, de negro intenso, casi se perdían en la cara; estaba maquillada como los muertos, tenía papada, los pechos apenas le estaban creciendo y su cuerpo rechoncho era de un irreparable color cobrizo.

Pagué. Entonces Mía me contó que ese nombre se lo puso ahí un viejo, amigo de la patrona. A ella se le hacía muy estúpido, pero debía aguantarse. “Yo hubiera escogido un nombre como Esmeralda o algo así”. Era de Tierra Caliente, pero había llegado a Acapulco hace medio año para trabajar en un Oxxo, pero cuando le dijeron que en el Venus podía ganar 800 pesos al día mandó al diablo la idea de ser una cajera vestida con uniforme rojo con amarillo. “Ahí en el Oxxo iba a ganar como 50 pesos y a mí me gusta comprarme ropa”. Su mamá no sabe a qué se dedica y, si lo supiera, no le preocupa: “Porque yo la mantengo a ella, a mi abuelita y a dos sobrinos; como mi papá se fue a California y nunca regresó, necesitamos el dinero”.

Prostituirse no le quita el sueño. “En mi pueblo venden a las mujeres desde chiquillas, con eso pagan la tele que compran o las cervezas que no pagaron”. También dijo que le gustaría probar las drogas y que un día quiere ser actriz de telenovelas.

No habló más porque un gordo, al que le faltaban varios dientes y andaba todo andrajoso, la llamó con la mano en la cartera para que se sentara con él. Se bebieron una caguama como si ambos desfallecieran de sed. Luego, cuando en la ostra gigante bailaba una mujer que parecía haber ido con un carnicero a que le hiciese la cesárea, el tipo se llevó a Mía. Fueron a los cuartos. […]”

Si es como dice Saramago: “Yo no soy pesimista, lo que pasa es que este mundo está pésimo…”. ¿No creen?
Ahora el link del reportaje completo. No tiene desperdicio. Saludos. 


C´est fini.

sábado, 27 de julio de 2013

Cuentos memorables/II: No oyes ladrar a los perros


Año 2005. Primer grado de secundaria. Después de haber encontrado en el libro de texto de español el cuento Recuerdo perdido, de Isaac Asimov (que les compartí hace unos días, pueden checarlo en la parte derecha de este blog), y quedar sorprendido, decidí continuar explorando las historias que aquel libro contenía. Así fue como encontré el cuento que hoy les traigo: No oyes ladrar a los perros, de Juan Rulfo. Me bastó una leída para inscribirlo, también, en mis cuentos memorables.

Rulfo nació en Sayula, Jalisco, en 1917. Criado en el pueblo de San Gabriel, vivió de cerca las pobres condiciones de la vida campesina y sufrió en carne propia las consecuencias de la Guerra cristera (su padre murió asesinado a manos de guerrilleros, cuando él tenía 7 años). Poco tiempo después del deceso de su padre, queda también huérfano de madre, por lo que se le traslada a vivir a Guadalajara, en un internado, en 1927. Después se traslada a México y asiste como oyente a las clases de historia del arte en la Facultad de Filosofía y Letras. Durante buena parte de las décadas de 1930 y 1940 viaja extensamente por el país, trabaja en Guadalajara o en la ciudad de México y a partir de 1945 comienza a publicar sus cuentos en dos revistas: América, de la capital, y Pan, de Guadalajara. Obtiene en 1952 la primera de dos becas consecutivas (1952-1953 y 1953-1954) que le otorga el Centro Mexicano de Escritores y publica en 1953 su colección de cuentos El llano en llamas y, en 1955, Pedro Páramo. También se desarrolló como fotógrafo y guionista. Murió en la ciudad de México en 1986. Rulfo es de los escritores más reconocidos en México y en el extranjero, un referente insoslayable de la literatura nacional del siglo pasado.*

El presente cuento está publicado en El llano en llamas, y es, como dijo alguna vez Mario Benedetti, “una obra maestra de la sobriedad”. Una historia tan sencilla, como desgarradora: A través de la noche, un padre ya viejo lleva en sus hombros a su hijo herido, casi moribundo, en busca del pueblo de Tonaya, para que reciba ayuda médica. En el “diálogo” que sostienen, el padre le reprocha a su hijo sus acciones y la ingratitud con la que le ha pagado toda la vida, al tiempo que le pregunta si no oye la señal que les dijeron les indicaría su llegada a Tonaya: El ladrido de los perros.

Un cuento que en pocas líneas logra provocar un sentimiento demoledor y que explora, sutilmente, los límites de la ingratitud, de lo que un padre puede llegar a hacer por su hijo, y de cuanto pesan las acciones presentes y pasadas. A continuación un fragmento y en seguida, el enlace al cuento completo. Disfrútenlo.



"[...] La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas.

Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar.

—Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso… Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente… Y gente buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: “Ese no puede ser mi hijo.”
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento sordo.
—No veo nada.
—Peor para ti, Ignacio. [...]"

Aquí, el cuento completo:


Podéis ir en paz, la entrada ha terminado.

(*Datos sobre la biografía de Rulfo, obtenidos de su página oficial: http://www.clubcultura.com)

martes, 23 de julio de 2013

De qué va el libro/II: El túnel


Les confieso: Soy un amante de la literatura latinoamericana. Podría decir que mi “especialidad” (o mi mayor área de consumo, ya que no soy ningún especialista, pero qué rayos…) es el famoso periodo del Boom (la década de los 60) y su cuarteto clásico: Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar. Por lo menos una obra de cada uno de ellos, se encuentra entre mis libros favoritos (aunque Cortázar es mi preferido, qué le voy a hacer. Me identifico con los cronopios, esos seres grises y viscosos…).


No obstante, la literatura latinoamericana no es solamente Rayuela o La ciudad y los perros. Había mucha vida antes de Márquez y compañía. Ellos aprendieron, además que de William Faulkner o James Joyce, del argentino Jorge Luis Borges, del mexicano Juan Rulfo, del guatemalteco Miguel Ángel Asturias y del autor del libro que les recomiendo esta vez. Otro argentino: Ernesto Sábato (este 2013 se cumplen 2 años de su muerte, por cierto); escribió 3 novelas: Sobre héroes y tumbas (1961), Abbadón, el exterminador (1974)  y el protagonista de hoy: El túnel (1948). Un libro de los más importantes en mi vida y por lo cual decido recomendárselos.




El pintor Juan Pablo Castel, es el asesino de María Iribarne, en sus palabras “la única persona que podía entenderlo”. ¿Por qué entonces la ha matado? ¿Qué oscuros pensamientos lo llevaron a tomar esa cruel decisión?...

Ese es el argumento. Desde que la novela comienza, el propio protagonista afirma sin tapujos que él mató a María. Eso no es ningún misterio. El verdadero problema a resolver son, justamente, los porqués. A partir de que anuncia al lector el final de la historia, Sábato se dedica a contar los eventos de la relación Castel-Iribarne, ofreciendo un detallado perfil psicológico del protagonista, develándolo como un ser oscuro, pesimista y obsesivo. Conforme la historia avanza, uno como lector experimenta diversas sensaciones acerca de la forma de pensar de Castel y su visión de las cosas. Algunas veces, sus deducciones basadas en sofismas y sus silogismos erróneos, no permiten otra cosa que la risa, por lo ridículos que a veces resultan (un ejemplo: “[…] María y la prostituta han tenido una expresión semejante; la prostituta simulaba placer; María, pues, simulaba placer; por lo tanto, María es una prostituta –Puta!, puta, puta!—grité saltando de la bañadera […]”). Otras ocasiones, provocan una risa amarga. Y otras, un verdadero escalofrío.

Narrada en primera persona, El túnel es una novela muy sencilla de leer, en el aspecto narrativo. El lenguaje utilizado es fácil y la forma de escribir de Sábato es fluida, amena; nunca cansa y las páginas se pasan volando, también debido a su estructura constituida de capítulos cortos y a que se cuentan los hechos de forma lineal, sin grandes saltos de tiempo, o flashbacks y cosas por el estilo. Por el contrario, la novela resulta densa por las características psicológicas del personaje, que son el factor a resaltar, el punto fuerte.

En la lectura de este libro, se encontrarán con un estudio acerca de la desesperanza, de la soledad y la incomunicación que siente un hombre como Juan Pablo Castel, cuya mente puede resultar exasperante. Toda su actitud y sus acciones, se derivan de esa ansia de comunicación siempre latente, un ansia de total comprensión por parte de otra persona. Al obtener esa figura (o al creer que la obtiene) encarnada en María Iribarne, cree que a ella le ocurrirá lo mismo. Es entonces, al ver sus ilusiones desviándose poco a poco del camino que él deseaba que tomaran, cuando Castel acude a su derrumbe final.

Una lectura muy interesante que incluso le valió a Sábato el reconocimiento y elogio de escritores como Albert Camus y Graham Greene y ser de los primeros autores latinoamericanos en ser traducidos a otros idiomas. Una verdadera joya que les recomiendo ampliamente.

A continuación, les dejo un fragmento de la novela. 

“II
Como decía, me llamo Juan Pablo Castel. Podrán preguntarse qué me mueve a escribir la historia de mi crimen (no sé si ya dije que voy a relatar mi crimen) y, sobre todo, a buscar un editor. Conozco bastante bien el alma humana para prever que pensarán en la vanidad. Piensen lo que quieran: me importa un bledo; hace rato que me importan un bledo la opinión y la justicia de los hombres. Supongan, pues, que publico esta historia por vanidad. Al fin de cuentas estoy hecho de carne, huesos, pelo y uñas como cualquier otro hombre y me parecería muy injusto que exigiesen de mí, precisamente de mí, cualidades especiales; uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es mezquino, sucio y pérfido. De la vanidad no digo nada: creo que nadie está desprovisto de este notable motor del Progreso Humano. Me hacen reír esos señores que salen con la modestia de Einstein o gente por el estilo; respuesta: es fácil ser modesto cuando se es célebre; quiero decir parecer modesto. Aun cuando se imagina que no existe en absoluto, se la descubre de pronto en su forma más sutil: la vanidad de la modestia. ¡Cuántas veces tropezamos con esa clase de individuos! Hasta un hombre, real o simbólico, como Cristo, pronunció palabras sugeridas por la vanidad o al menos por la soberbia. ¿Qué decir de León Bloy, que se defendía de la acusación de soberbia argumentando que se había pasado la vida sirviendo a individuos que no le llegaban a las rodillas?

La vanidad se encuentra en los lugares más inesperados: al lado de la bondad, de la abnegación, de la generosidad. Cuando yo era chico y me desesperaba ante la idea de que mi madre debía morirse un día (con los años se llega a saber que la muerte no sólo es soportable sino hasta reconfortante), no imaginaba que mi madre pudiese tener defectos. Ahora que no existe, debo decir que fue tan buena como puede llegar a serlo un ser humano. Pero recuerdo, en sus últimos años, cuando yo era un hombre, cómo al comienzo me dolía descubrir debajo de sus mejores acciones un sutilísimo ingrediente de vanidad o de orgullo. Algo mucho más demostrativo me sucedió a mí mismo cuando la operaron de cáncer. Para llegar a tiempo tuve que viajar dos días enteros sin dormir. Cuando llegué al lado de su cama, su rostro de cadáver logró sonreírme levemente, con ternura, y murmuró unas palabras para compadecerme (¡ella se compadecía de mi cansancio!). Y yo sentí dentro de mí, oscuramente, el vanidoso orgullo de haber acudido tan pronto. Confieso este secreto para que vean hasta qué punto no me creo mejor que los demás.

Sin embargo, no relato esta historia por vanidad. Quizá estaría dispuesto a aceptar que hay algo de orgullo o de soberbia. Pero ¿por qué esa manía de querer encontrar explicación a todos los actos de la vida?
Cuando comencé este relato estaba firmemente decidido a no dar explicaciones de ninguna especie. Tenía ganas de contar la historia de mi crimen, y se acabó, al que no le gustara, que no la leyese. Aunque no lo creo, porque precisamente esa gente que siempre anda detrás de las explicaciones es la más curiosa y pienso que ninguno de ellos se perderá la oportunidad de leer la historia de un crimen hasta el final.

Podría reservarme los motivos que me movieron a escribir estas páginas de confesión; pero como no tengo interés en pasar por excéntrico, diré la verdad, que de todos modos es bastante simple, pensé que podrían ser leídas por mucha gente, ya que ahora soy célebre; y aunque no me hago muchas ilusiones acerca de la humanidad en general y de los lectores de estas páginas en particular, me anima la débil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme. AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA.

"¿Por qué —se podrá preguntar alguien— apenas una débil esperanza si el manuscrito ha de ser leído por tantas personas? Éste es el género de preguntas que considero inútiles, y no obstante hay que preverlas, porque la gente hace constantemente preguntas inútiles, preguntas que el análisis más superficial revela innecesarias. Puedo hablar hasta el cansancio y a gritos delante de una asamblea de cien mil rusos, nadie me entendería. ¿Se dan cuenta de lo que quiero decir?

Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté

PD: Aunque a mi no me gusta leer en la computadora o en la pantalla de un teléfono y soy de esos anticuados que cree que no hay nada mejor que un libro,  les dejo el link que contiene el libro completo. Anímense, no los defraudará. Y si lo hace, échenme la culpa. Saludos.


Paf, se acabó.

domingo, 21 de julio de 2013

Textos/IV: Monólogo sobre el vacío


¿Es este el día que debería morir? ¿aquí mismo, con el cuerpo contra el viento y el sol dándome en la cara? ¿así es como mi vida ha de terminar? ¿de esta manera se baja el telón, así, sin un acto final relevante o aplausos? ¿dónde decía eso, qué parte del contrato me especificó este momento? Ya sé, quizás nunca hubo un contrato. O no me avisaron sobre él. Tal vez nada nunca tuvo un sentido y el que yo esté aquí, ahora, es solo otro capricho cósmico más, como todo el tiempo que pasó frente a mi ventana, frente a mis ojos, frente a mi vida. Por qué algo habría de tener sentido? No hay razón alguna para que mi existencia sirva de algo, igualmente nadie se percató alguna vez de que yo estaba allí. Hasta los seres que pasan por debajo de mí en este momento, me ignoran.

Estoy acostumbrado, siempre estuve detrás de lo que la gente miraba. La soledad siempre fue la única que me acompañó de verdad. Podía estar parado en medio de la plaza gritando y nadie hubiera escuchado nada, nadie me hubiera volteado a ver, ni un alma se hubiera acercado con su mano extendida o me hubiera ofrecido un abrazo, siquiera unas palabras de consolación. Siempre solo. Como si fuera un ring de boxeo en una pelea que ya estaba arreglada desde un principio, el fracaso estaba siempre prendido de mi camisa, tomándome del hombro, moviendo los hilos amarrados a mi cuerpo y a mi cabeza. Siempre el último en la cola, el último en llegar. El último asiento, la última butaca, estaba reservada para mí. Y estaban vacías porque nadie las había querido, las sobras que todos despreciaron. Y siempre solo.

Es gracioso cómo lo único que se recuerda cuando el final está cerca, son las cosas terribles. Sí hubo momentos buenos. Los hubo. ¿Los hubo?, ¿realmente los hubo?, tal vez los primeros años, la infancia. Aunque no se disfruta mucho ser niño cuando tienes un par de padres egoístas y despreocupados por ti. Ambos estaban muy preocupados por ellos mismos como para hacerse cargo de mí. Recuerdo que me sentí rechazado por primera vez, cuando escuché decir a mi madre que ella no tenía por qué hacerse cargo de un bastardo que no tenía que haber nacido. Supongo entonces que ni siquiera la infancia puedo contarla entre los buenos recuerdos.

¿Cómo seguir una vida de fracaso?, o más importante, ¿para qué?, no hay nada porqué continuar, no queda nada por hacer; nadie escuchó nada de lo que yo tenía que decir en tantos años de amargada vida, ¿porqué habrían de escucharme ahora que estoy tan cerca de la muerte?, no tiene absolutamente ningún sentido hacerlo. A nadie le interesa la tristeza de la gente. Todos quieren escuchar las cosas hermosas de la vida, quieren escuchar de risas, de corazones, de amabilidad, de finales felices, de mundos maravillosos y problemas solucionados. Nadie quiere escuchar sobre miseria, sobre pobreza, sobre ganas desgarradas, de soledad, de fracaso o de angustia. Las personas prefieren ser ciegas ante la crueldad, quieren ver el trapo que limpia el suelo, mas no la sangre que estaba derramada; prefieren ver el bozal, nunca la mordida.

Igualmente no tengo nada bueno que decir. Cada sueño que tuve fue una estupidez, cada ilusión un maldito espejismo que no llevaba a nada, mas que a un laberinto de abrumante tristeza e incomprensión, que se reía cada vez que yo llegaba al centro y me percataba que no había nada esperándome luego del derrumbe. Una vez más a construir sobre los escombros, ¿pero cómo construir algo sobre cimientos tan inestables, tan inseguros? La certidumbre de caer siempre estaba ahí, mas lo terrible era la incertidumbre de no saber cuándo ni cómo iba a ser esa vez. Nunca había tiempo de que las heridas sanaran; apenas las costras comenzaban a secar, nuevas llagas aparecían, lacerando sin tregua.

La mejor trinchera siempre fue la esquina de mi habitación. Ahí me sentía bien, no tenía que darle respuestas a nadie, ni nadie tenía porqué inquirirme sobre algo. Sin embargo, todo parecía más grande que yo. Siempre. En mi habitación y en mi vida. Y en consecuencia todos se alejaron, fueron a vivir sus vidas estúpidas y superficiales, fuera de los túneles en los que siempre me encontré. Me vi forzado a ser un simple espectador que a ratos se rasgaba la garganta gritando: ¡No me dejen!, ¡quédense conmigo!, ¡me siento solo, triste, que alguien me ayude... y nadie contestó nunca!, nadie atendió a mi llamado, sólo el eco me devolvía mi patético grito de ayuda: ¡mi propia voz grave, absurda!, ¡nadie estuvo nunca a mi lado: solo veía a la gente feliz pasearse por ahí, besando, amando y siendo amados; niños felices corriendo, despreocupados, con la inocencia intacta y la ternura completa; hombres exitosos, con una sonrisa en el rostro, seguros de sí mismos y sin conocer la amargura; personas bellas con la frente alta y ojos que nunca se dignaban a ver algo que no estuviera  en el horizonte o las alturas: nunca una mirada hacia abajo, hacia los que estábamos en el suelo, en las sombras de los pozos clavados bajo tierra, solitarios, los que gritábamos en vano: ¡sáquenos de aquí… Tenemos miedo!

Nada bueno creció en mí. Cada idea que tenía se contaminaba de oscuridad, cada vez que intentaba algo, una fibra de maldad la acariciaba, a veces sutilmente y otras, arrancaba las buenas intenciones de tajo, me presentaba situaciones en las que ser bondadoso y desechar los rencores era caer en un abismo de perdición, donde la única forma de evitarlo era renunciar a aquello que buscaba y llenar mi alma de egoísmo, de soledad; así, la rabia contaminaba mi interior, ¡nada la saciaba!, ¡ni gritar, ni maldecir: nada era suficiente! ¡Sólo se acumulaba en el pecho, oprimiendo, presionando!, por eso tengo el alma hinchada, como los vientres de la gente que se muere de hambre en los lugares perdidos del mundo, y negra como la oscuridad impenetrable de la nada. Me encuentro roto de todas las formas posibles. Ningún remiendo ocultará las heridas coaguladas ni los vacíos profundos de mi mutilado ser: Estoy podrido, de nada sirve intentar componerme porque no hay remedio para mi espíritu; sólo existe una solución para las cosas irreparables: La muerte. El perro con rabia es sacrificado; el cuerpo lleno de cáncer se condena; el excremento se va por el caño. Lo que no funciona ni sirve, se abandona, se mata: Se extermina. ¿Que qué pasará conmigo?, simple: mi cuerpo servirá de comida a los gusanos. Y esos sucios gusanos servirán de comida a otra criatura, igual de sucia. Y así consecutivamente, hasta que todo se vaya a la mierda. Como he dicho nada tiene sentido, todo funciona por absurdos caprichos del azar. Esa es otra prueba que verifica algo que yo he sabido desde hace mucho tiempo: Dios no se preocupa por un carajo. O tal vez se preocupa, si: de los magnates, de los imbéciles que todo logran con el mínimo esfuerzo, de los oportunistas, de los vividores, de los tramposos. A otros nos olvida y nos patea, nos niega su piedad como si nacer hubiera sido, ya desde el inicio, un terrible pecado. Para nosotros se reserva su ira, su odio; nos concibió para tener a quienes aborrecer, a quienes mandarles desgracia y descargar sus arcas de rencor. Somos la abominación necesaria, para distinguir lo feo de lo bello, lo malo de lo bueno, la felicidad de la tristeza. Somos los seres de la oscuridad, despreciados para poder compadecer a los seres del lado de la luz. Así funcionan las cosas, se necesitan los contrarios para diferenciar: Se odia a unos para amar a otros. Y por eso Dios no figura entre mis pensamientos: si él me olvidó, yo lo olvidaré a él. Así como me olvidaré de todo una vez que esto termine. ¿Cuál es la distancia de la vida a la muerte?, no hay distancia. La muerte se encuentra en la vida, se vive por y para la muerte. No existe tal cosa como “vivir”, esa es la gran mentira en la que todos creemos para tratar de alcanzar otra cosa que es puro humo: La felicidad. Ninguna de las dos existe, vivir es el prolongado dolor del alma, harta de nunca sentir un momento de paz; es la antesala de la nada: sólo un diminuto instante perdido en el tiempo, que nos dirige a un destino único e insoslayable, inaplazable. Yo sé que aún me queda tiempo, pero eso no importa, ¿para qué prolongar lo inevitable?, ¡no tiene sentido continuar con esta farsa, con este patético intento de existencia que ha fallado en todos aspectos; está por demás continuar, ya estoy muy lejos de casa, de la redención, del perdón!, ¡lo único que me queda es esta última decisión de cortar mi dolor, de ponerle punto final!, ¡y después ya no sentiré nada, todo habrá acabado: seré solo un saco de carne derramado sobre el concreto!, ¡Y entonces, solo entonces seré libre!


La decisión ha sido tomada. El fallo es inapelable. Hoy me despido de la vida. Pienso en toda la gente que conocí y a la que no, y las estoy aborreciendo como sólo se puede aborrecer en el último instante de la existencia. Las lágrimas se las ha llevado el viento, tengo los ojos secos y rojos, y mi aliento apesta a desdicha, a rencor. Pero ya nada vale la pena decir: si una falsa vida miserable no alcanzó, no abrumaré este instante de libertad absoluta, de verdadera vida: la que se abre frente a tus ojos sólo cuando está a punto de terminar. Sólo ahora la entiendo. Sólo ahora la estoy sintiendo: Ahora que he soltado mis brazos de la orilla del puente y caigo imperturbable, como un bulto inerte envuelto en aire, al asfalto y al olvido.



martes, 16 de julio de 2013

De textos y algo más/I: Esclavas de la calle Sullivan.


Creo en muchas cosas. Creo por ejemplo, que los libros son sumamente importantes en una casa, en una vida, en una mente; como dice una frase por ahí: Una casa sin libros, es como un cuerpo sin alma. También creo en que el cine es una síntesis maravillosa de las demás artes, un escape fabuloso que no tiene igual. De la misma forma, creo en contestar a un hola, en una sonrisa en el metro, en no hablar cuando no se quiere hablar. Creo que toda persona debería primero buscar aquello que le gusta, luego adquirir los más conocimientos que quiera y por último, hacer algo con ellos, primero para sí mismo, después para los demás. Porque un conocimiento que se guarda como un tesoro, no explotado, no usado, es inútil. O al menos eso creo. Yo estudio Ciencias de la Comunicación y creo que los medios son herramientas, no fines. Por lo tanto, deben ser usados, no admirados. Deben ser caminos, no metas.

Yo en lo personal, considero que la difusión del arte y la cultura (ambas palabras muy grandes, pero que me permito usar en este momento. Después subiré algún texto con mis ideas acerca de ellas) es un punto sumamente débil en un país como México. Me parece oportuno pensar que los medios, justamente, pueden ser grandes aliados para mejorar esa situación. Por lo tanto, al mismo tiempo que creo en los libros, en la literatura, en el cine y en la difusión de estos, creo también que mi labor como futuro profesional y como actual estudiante, es la concientización (trillada y sentimental palabra, quizás, ya conozco la cantaleta. Pero es la más adecuada a lo que quiero decir) usando lo que creo, lo que sé y lo que me gusta: Las palabras y las imágenes.


Por tal motivo, en esta ocasión les traigo un reportaje de Héctor de Mauleón, que trata un tema que sigue vigente, del que mucho se ha hablado, pero contra el que poco se ha hecho: La prostitución. A lo largo del siguiente reportaje, conocerán la historia de Mónica y luego la de Matilde, un par de chicas que trabajaron como sexoservidoras en la calle de Sullivan, a merced de hombres que, luego de convencerlas de huir con ellos al Distrito Federal, vendiéndoles sueños de boda y de estabilidad familiar, las pusieron a trabajar como prostitutas. A la par de ello, se dan datos acerca de la prostitución en México, como  puntos de manejo de los padrotes, número de clientes por noche de las chicas, como entran al mundo de la prostitución, etc. Un excelente reportaje publicado en Nexos, que vale la pena leer. 

Después de este prolegómeno idealista y con un mucho de consideraciones personales, les dejo un fragmento del reportaje, aquí abajo. Después, el enlace al reportaje completo. Saludos.


"[...] Mónica conoció a su verdugo hace tres años en Acayucan, Veracruz. Mientras esperaba a su cuñada a las puertas de una tienda de abarrotes, un muchacho moreno, con un mechón rubio pintado en el cabello, le preguntó si sabía dónde iba a realizarse cierto baile. Se presentó como Jorge. Le dijo que tenía 26 años, que era originario de Puebla, que estudiaba “psicopedagogía educativa”. Platicaron un buen rato. Ella le contó que estaba por cumplir 20, que vivía con una tía, que cursaba la preparatoria bajo el sistema abierto y trabajaba con un ingeniero como empleada doméstica. Cambiaron teléfonos. Jorge le llamó ocho días después, “sólo para saludarte”. No hizo intento alguno de invitarla a salir. A lo largo de varias semanas sólo mantuvieron comunicación por teléfono y, cuando ella tenía saldo, a través de mensajes de texto.

“Me gustaste desde que te vi, eres bonita”, le escribió Jorge una noche.

—Todo fue rápido —recuerda Mónica—. Él era hábil para convencer.

En la primera cita le propuso que fuera su novia. “Yo creí en sus palabras y me dejé llevar”. Fue un noviazgo a distancia, porque Jorge alegaba constantes viajes de trabajo; sin embargo, siempre se mostraba al pendiente de ella, dispuesto a escucharla y ofrecerle consejos. Reapareció una tarde, y la invitó a tomar un refresco.

—Ya tengo casa, voy a tener carro, quiero casarme contigo —le dijo.

Mónica le había contado que tenía problemas con su tía y algunas presiones en el trabajo: su patrón la obligaba a salir cada vez más tarde, no le quedaba tiempo para hacer la tarea. De ese modo la enganchó:

—Olvídate de tu patrón. Vámonos juntos a México. Allá podemos trabajar, formar una familia.

“No supe cómo me enredó. Me pareció emocionante iniciar otra vida. Fuimos a que me comprara una muda de ropa y tomamos el autobús”.

Apareció, tras las ventanillas, la ciudad de México. Un taxi los condujo a la calle Mariano Arista, en la colonia Guerrero. En esa calle hay un hotel, un estacionamiento, una tienda naturista, una clínica de “nariz y garganta”, un consultorio para enfermedades de los ojos, un comedor llamado “Aída” y una casa de huéspedes pintada de verde, a cuyas puertas cuelga un letrero: “Amueblado, cómodo, barato, matrimonio o persona sola. Aquí informan”.

Jorge la instaló en uno de los cuartos, y no volvió a aparecer hasta el día siguiente. “No me dijo a dónde iba. No me dijo nada. No me dejó dinero ni para comer”, recuerda Mónica.[...]

[...] Cuando él regresó, más que por haberla dejado sola, más que por las veintitantas horas que llevaba sin comer, Mónica le reclamó que la hubiera llevado a una pensión en la que vivían “puras putas”.

Él le respondió:

—Así vas a trabajar como ellas.

“Creí que estaba jugando, que había tenido algún problema y que por eso se veía tan cambiado. Parecía furioso, de muy mal humor. No me dijo nada. Se volvió a salir y me dejó encerrada. Regresó en la noche con un vestido corto y unos zapatos, y me los tiró en la cama. ‘Esta misma noche empiezas a trabajar’.[...]


Aquí el texto completo. Chéquenlo.



lunes, 15 de julio de 2013

De qué va la película/III: Titanes del pacífico


A 5 años de presentar Hellboy 2, en el 2008, Guillermo Del Toro vuelve a la silla de director, deleitándonos esta vez con Titanes del pacífico. Con un diseño de producción impresionante y la máxima explotación de todos los vicios comunes de Del Toro, nos llega esta aventura que pretende no rendir tributo, sino incorporarse al género de monstruos gigantes y el cine de serie B. Una gran adición, he de agregar.



El género de monstruos gigantes, tiene su origen con el primate conocido por todos: King Kong, en la película de 1933. Posteriormente, el director japonés Ishiro Honda, revitalizaría y consagraría el género de una vez por todas, con el famoso Gojira (o Godzilla, para occidentalizarlo). A partir de éste, el cine Kaiju-Eiga se fortaleció y proliferó en su producción y propuesta: Ahí está la oruga gigante Mothra, o la tortuga atómica Gamera. Gracias a la gran cantidad de filmes de este tipo, se propició la imitación del género en Estados Unidos, con películas como Tarántula o El ataque de la mujer de 50 pies. Todas comparten los detalles de tener un monstruo proveniente de un lugar lejano: Una isla o el espacio exterior, o en su defecto ser creados por el humano (residuos tóxicos, radiación); y que el armamento humano tradicional, es pobre e insuficiente.

Con estos antecedentes y tomando prestadas estas premisas, se presenta Titanes del pacífico. En esta historia, el mundo se encuentra en peligro constante: monstruos gigantes venidos de otra dimensión, que entran a nuestro mundo desde un portal en el fondo del océano pacífico, aterran a todas las ciudades. En un prólogo de gran destreza y economía narrativa, se nos cuenta que durante las primeras apariciones monstruosas, la humanidad podía defenderse con métodos tradicionales de guerra. Sin embargo, la cada vez más frecuente aparición de las criaturas, hizo necesaria la creación de un arma mucho más eficaz para contraatacar a los Kaijus. De esta forma es como nacen los Jaegers, robots gigantescos piloteados por dos o más individuos, que precisan estar conectados mentalmente y ser altamente compatibles para manejar los hemisferios del robot y destruir las amenazas. En este contexto, un joven piloto llamado Raleigh y una chica llamada Mako, estarán en el preciso instante para librar las últimas batallas contra los monstruos, en una guerra para sucumbir ante el apocalipsis o, como un diálogo de la película, cancelarlo de una vez por todas.

Ciertamente, Del Toro ha hecho su película más grande hasta el momento. Y lo ha hecho muy bien. Titanes del pacífico se inscribe en el género Kaiju, con grandes aportaciones y un guión bien construido, fiel a su universo impecablemente creado, con coherencia narrativa, fiel a su premisa y a sus personajes. Toma prestados todos los elementos propios de este tipo de cine y los devuelve maximizados, aunque no se contenta con ellos y añade nuevas ideas que sin duda le dan originalidad a su propuesta.

Es verdad que la trama así como resulta genial y emocionante por momentos, también hay ratos en los que te deja escapar uno que otro bostezo. Pero estos no obliteran el gran trabajo hecho en las escenas de acción, impresionantes en todo momento. El director tapatío echa mano de algunos clichés, pero estos son, acaso, inevitables, como en ciertos estereotipos utilizados decenas de veces en otros proyectos (el tipo rudo y noble, protagonista de la película; el general duro, que no deja lucir nunca un momento de debilidad; el bravucón de andar altivo y soberbio porte; los científicos excéntricos; etc.), o las motivaciones de los protagonistas (la pérdida de un ser querido, el recuerdo de un salvador entre la destrucción).

Hay un par de cosas a resaltar especialmente. La primera, el ingenioso diseño de las criaturas y los Jaegers. El arte y el tiempo invertido detrás de ellos, se notan a leguas. Cada monstruo y robot cuenta con características que los diferencian perfectamente uno de otro, cosa que uno agradece como espectador, pues al momento de las batallas se puede disfrutar plenamente de los trancazos y no perder tiempo en identificar al malo y al bueno (ejem… transformers… ejem…). La segunda cosa a elogiar, es la paleta de colores sumamente vívida, con una cierta saturación que hace de los monstruos, robots y escenarios, todo un deleite visual, y ayuda a que las escenas sean más impresionantes. Algunas son realmente memorables, como la batalla del Jaeger Gypsy Danger contra 2 Kaiju, o el flashback de la infancia de Mako (mención especial para la gran actuación de la niña en esta secuencia y el manejo de las tomas. Aterradora).

Titanes del pacífico es una película ingeniosa y muy entretenida. Una carta de amor a las antiguas series japonesas y a las películas con monstruos animados en stop-motion. Yo en lo personal, creo que en nuestro país este tipo de tramas que cuentan con reminiscencias del cine de Serie B, no son muy reconocidas ni disfrutadas al 100%. Es necesario tener un cierto conocimiento sobre este género (tramas excéntricas y un tanto inverosímiles, personajes exagerados, criaturas extrañas y un exacerbado sentido del ridículo) para gozarla y entenderla en su real dimensión. Esto es una fantasía de Guillermo Del Toro jugando con sus Mazinger Z y un dinosaurio. Pero en fin, vaya usted a pasarla bomba con esta película, prima lejana de Godzilla. No vaya con aire crítico, ni con ganas de hacer un análisis sesudo, que esto es algo serio: Monstruos contra Robots. Nada menos.

Título: Pacific Rim
Año de producción: 2013
Director: Guillermo Del Toro
Género: Kaiju

jueves, 11 de julio de 2013

Cuentos memorables/I: Recuerdo perdido


Año 2005. Primer grado de secundaria. En cierta clase de español, la maestra deja leer uno de los cuentos que trae el libro de texto. Ese cuento se llama Recuerdo perdido. Comienzo a leer intrigado y expectante, pues me engancha desde la primera frase:

Transcurridos miles de siglos, recordó que era Ames…

Cuando termino de leer, lo inscribo en la lista de mis cuentos favoritos.

Asi fue como coincidí con el cuento de Isaac Asimov que ahora les comparto. Asimov nació en Rusia, en 1920 y emigró con sus padres a Estados Unidos a los 3 años. Desde pequeño tuvo gran afición por la ciencia ficción, por lo que desde los 11 años comenzó a escribir pequeñas historias, logrando vender la primera de ellas a los 18. De ahí en adelante, la escritura se volvería en otra de sus pasiones que no abandonaría ya nunca. Asimismo, estudió Bioquímica en la universidad de Columbia y fue catedrático de la universidad de Boston. Entre sus escritos más famosos, se encuentra la saga de ciencia ficción conocida como La fundación y la historia Yo, robot (si, en ella se basaron para la película de Will Smith). Murió en 1992.

El cuento Recuerdo perdido (o también conocido como Los ojos hacen algo más que ver) aparece en el libro de cuentos Sueños de robot. Transcurre miles de siglos en el futuro, teniendo por protagonistas no a humanos, sino a un par de ondas de fuerza errantes amigas, que vagan por el universo entero. Un día, la onda conocida como Ames, le dice a su amigo Brock que tiene una novedad para el concurso de arte; una nueva forma artística, nunca antes vista. Brock, escéptico, le dice que no puede haber nada nuevo, que ya todo se ha inventado; Ames se niega a conformarse y comienza a explicarle a Brock su proyecto. A medida que transcurre la conversación, y Ames construye su obra, ambos recuerdan cosas que estaban en el total olvido, llegando a una conclusión sorprendente, tan bella, como profundamente triste.


A continuación el cuento completo. No es muy largo y la forma en que está escrito es amena y fácil de seguir. Disfrútenlo.



“Transcurridos miles de siglos recordó que era Ames. No la combinación de longitudes de ondas que a través de todo el universo era ahora el equivalente de Ames, sino el sonido que correspondía a la pronunciación de su nombre. Nació así una pálida evocación de las ondas sonoras que ahora no percibía, y que no percibiría jamás. 
El nuevo proyecto aguzaba su memoria, resucitando tantas y tantas cosas extraviadas en la noche de los tiempos. 
Entonces condensó las cargas de energía que constituían el conjunto de su individualidad, y sus líneas de fuerza se extendieron mucho más allá de las estrellas.

La respuesta de Brock llegó hasta él.

«Puedo confiar en Brock», pensó Ames. Estaba seguro. 
El flujo energético de Brock entró en contacto con el suyo: 

—¿No vas a venir, Ames? 
—Claro que sí. 
—¿Participarás en el concurso? 
—¡Sí! —Las líneas de fuerza de Ames se agitaron con intensas pulsaciones—. Sin duda. He soñado con una nueva forma artística. Algo original. 
—¡Cuánto esfuerzo derrochado en vano! ¿Cómo puedes creer que exista una nueva variante después de dos mil siglos? No podemos descubrir nada nuevo. 
Por un momento Brock quedó fuera de fase e interrumpió la comunicación, y Ames vio obligado a reajustar sus líneas de fuerza. Captó entonces extraños pensamientos a la deriva, le llegó una visión de galaxias polvorientas sobre el telón aterciopelado de la nada, percibió las líneas de fuerza de torrentes insondables de energía vida, errantes por toda la galaxia. 
—Por favor, Brock —suplicó Ames—, absorbe mis pensamientos. No bloquees tu mente. Se me ha ocurrido la manera de manipular la Materia. ¡Imagínate! Una sinfonía de Materia. ¿Por qué molestarse con Energía? No hay nada nuevo en la energía y lo sabes. ¿Cómo podría ser de otra forma? ¿Acaso no prueba eso que debemos experimentar con la Materia? 
—¿La Materia?

Ames registro entonces las vibraciones energéticas de Brock y las interpretó como manifestaciones despectivas.

—¿Por qué no? —dijo—. ¿Acaso nosotros no hemos sido antes Materia? De eso hace un quintillón de años, por lo menos ¿Por qué no construir objetos o incluso formas abstractas partiendo de la materia en un medio material? Escucha, Brock... ¿Por qué no moldear una réplica nuestra con Materia, una Materia a nuestra imagen y semejanza, tal como fuimos alguna vez?
—No recuerdo nuestro aspecto —dijo Brock—. Todos lo olvidaron ya.
—Yo lo recuerdo —dijo Ames con vehemencia—. No pienso en otra cosa, y estoy comenzando a recordar. Brock, déjame mostrarte. Dime que tengo razón. Dímelo.
—No. Es estúpido. Es... repugnante.
—Déjame intentarlo, Brock. Hemos sido amigos. Hemos reunido nuestra energía desde el principio, desde el momento en que nos convertimos en lo que ahora somos. ¡Por favor, Brock!
—De acuerdo, pero hazlo rápido.

Ames no había sentido correr un temblor igual, a lo largo de sus líneas de fuerza, desde... ¿desde cuándo? Si lo intentaba ahora ante Brock y obtenía éxito, se atrevería a manipular la Materia ante la Asamblea de Seres Energéticos que estaban esperando en vano el nacimiento de una novedad desde hacía varios milenios. 
La Materia se hallaba ahora muy dispersa, en los intersticios de las galaxias; pero Ames la concentró, barrió volúmenes que sumaban años-luz elevados al cubo, seleccionó los átomos, obtuvo una consistencia gelatinosa y obligó a la materia a disponerse en forma ovoidal, alargada en su parte inferior.

—¿No lo recuerdas, Brock, si era como esto?

El haz energético de Brock se conmovió con una sacudida en fase.

—No me obligues a recordar. No recuerdo nada.
—Eso era la cabeza. Así la llamaba; cabeza. La recuerdo también que podría pronunciar el nombre. Quiero decir, emitir sus sonidos -esperó un momento, y difo-: Mira, ¿recuerdas esto?

En la parte superior del ovoide apareció la palabra «CABEZA».

—¿Qué es eso? —preguntó Brock.
—Pues el término que designa la cabeza. Los símbolos que representaban esa palabra en su traducción sonora. ¡Dime que lo puedes recordar ahora, Brock!
—Había algo —Brock vaciló—. Algo a la mitad.

Y tomó forma un cuerpo vertical

—¡Sí, claro! ¡La nariz, eso es! —dijo Ames, a la vez que aparecía la palabra «NARIZ» en el lugar indicado—. Y aquí están los ojos, a ambos lados.

¿En realidad deseaba lo que estaba haciendo?

—La boca -dijo, sus líneas de fuerza temblaban-. Y el mentón, y la manzana de Adán, y las clavículas. ¡Voy recordando los nombres!. —Y todas ellas aparecieron escritas junto a la figura ovoide.
—No había pensado en todo eso en varios miles de siglos—dijo Brock—. ¿Por qué lo trajiste a mi memoria? ¿Por qué?

Ames estaba absorto en sus pensamientos. Había otras cosas, el órgano del oído y sus receptores de ondas sonoras. ¡Las orejas! ¿Dónde hay que ponerlas? No recuerdo nada.

—Olvídalo todo —gritó Brock—. Las orejas y todo lo demás. ¡No lo recuerdes!
—¿Qué hay de malo en recordar? —replicó Ames, desconcertado. 
—Que la superficie no era áspera ni fría como tu escultura, sino dulce y tibia. Que los ojos eran tiernos y vivos, y los labios de la boca trémulos y acariciantes se posaban sobre los míos.

Las líneas de fuerza de Brock palpitaban y se apagaban, intermitentemente...

—¡Me duele tanto!
—Me recordaste que antes fui mujer, y que conocí el amor. Que los ojos no sólo sirven para ver, y que ahora no tengo con qué llenar ese vacío.

Entonces ella añadió materia violentamente a la cabeza, elaborada en forma burda y gimió:

—Pues bien, que esto la termine —giró sobre sí misma y se fue.

Y Ames comprendió que antes fue un hombre. La fuerza de su energía partió la cabeza en dos. Salió velozmente por las galaxias, siguiendo el rastro energético de Brock, para volver al inexorable destino de la vida. 
Los ojos de la cabeza resquebrajada seguían brillando con la humedad que depositó Brock, cuando quiso representar las lágrimas. Y la cabeza de Materia logró lo que los seres energéticos no podrían conseguir en toda su existencia: lloró por la humanidad entera y por la frágil belleza de los cuerpos a los que un día los hombres renunciaron, miles de siglos atrás." 

martes, 9 de julio de 2013

De qué va la película/II: Mi villano favorito 2


Llego a las 3:30 al cine. La función comienza 4:10. Luego de comprar mis boletos, espero tranquilamente a que llegue la hora. Subo al baño a liberarme del agua de Jamaica que tomé hace una hora y cuando miro para abajo, me doy cuenta de la magnitud del estreno. Mucha gente se desplaza de aquí para allá por toda el área del cine: Formada en la dulcería, viendo productos en el Take One, comprando Frappés, gomitas y refrescos; gente sentada, esperando que llegue la hora de su función, etc. Recuerdo la letra de Chava Flores: Un hormiguero no tiene tanto animal. Tenía razón.

El estreno de Mi villano favorito 2, fue todo un éxito. Filas interminables para comprar boletos, muchedumbres de niños con gorras, vasos, recipientes para palomitas y juguetes de esas criaturas amarillas llamadas Minions. Es interesante notar como son estos personajes los más usados por la publicidad; los personajes humanos pocas veces se ven en los carteles. No vi ningún niño con la bufanda de Gru, o con una playera con la cara impresa del protagonista. Pobre Gru.

Luego de adquirir yo mismo un Frappé de capuccino, entro a la sala. Y una vez ahí, la película se tarda en comenzar poco más de media hora. Por fin, luego del retraso, la función comienza. Y debo admitir que me divertí bastante.

A lo largo de las casi dos horas de duración que tiene la película, me la pasé muy divertido viendo las ocurrencias de cada uno de los personajes de esta secuela, disfrutando con la gama de color y chistes de pastelazo que Gru y cía. Se avientan. Estoy convencido de que fue por los niños. Prácticamente cualquier película animada de este tipo, siempre resulta más divertida (quizás más de lo que en realidad es) si la ves en compañía de menores. El chiste es que salí con una sensación realmente agradable de la función.


Y escribo esto como introducción a los pros y contras que encontré en esta película, los que enumeraré a continuación. Si creen que mi juicio se ha nublado o todo lo contrario, bueno, tienen la mini-crónica de arriba para entender que a quien leen es un ferviente amante del cine, que disfrutó en la sala como un niño más.



He de confesar que Mi villano favorito 2 no la esperaba tanto. Dentro de todos los estrenos veraniegos, no se encontraba como prioridad en mi lista. Sin embargo, me llevé una grata sorpresa. Y es que la película logra mantenerse fiel a su premisa, es una segunda parte coherente dentro de la trama y el mundo planteados en la primera parte.

Esta vez, se nos presenta a un Gru retirado de sus días como súper villano y dedicado enteramente al cuidado y la crianza de sus pequeñas Margo, Edith y Agnes. Mientras intenta ser un buen padre para ellas, la Liga Anti-villanos lo contacta (de una forma poco ortodoxa) y lo recluta, para que investigue la identidad de un nuevo villano que acecha la paz del mundo. En su encomienda tendrá por ayudante a la atolondrada Lucy, una agente algo torpe que hasta resulta ser el interés amoroso de nuestro ex-villano favorito.

Parece ser que los directores optaron no por expandir más su universo (éste solo sigue una evolución lógica, por decirlo asi; si en la primera llegaron las niñas, en la segunda, llega una madre para ellas), o repetir la fórmula que les trajo éxito en el 2010, sino que preparan un festín humorístico en un guión que se basa en tener un gag cada 4 minutos. Cortesía la mayoría de las veces, de los Minions, que se roban la película cada vez que aparecen (que es muy seguido). Este “acierto” (y lo considero tal al ser la película que es y el público al que está dirigida) de ofrecer toneladas de graciosidades, pretende obliterar un poco las evidentes fallas en la historia. Entre ellas, se puede contar el hecho de que al villano en turno, un estereotipado mexicano (imagínense: Se llama “El macho” y tiene un restaurante de comida mexicana adornado con cactus y sombrerotes), le falta: 1) ser más villano (es más bien un gordo bonachón) y 2) Que su maléfico plan se consumara, por lo menos un poco, en algún momento; pues, aunque da para mucho, se quedan con poco tiempo de pantalla. También está el hecho de que la historia por momentos se pierde o se detiene demasiado en cosas que no avanzan la trama.

La animación es muy buena y el estudio Illumination Entertainment supera con creces lo hecho en la primera parte. Las texturas y los movimientos de los personajes lucen más sueltos, menos acartonados. Los paisajes y los ambientes también salen beneficiados de esta animación limpia y luminosa.

En conclusión, yo la recomiendo por ser altamente divertida. Una grata sorpresa, que, si bien no aspira a convertirse en la ganadora de premios de la temporada o a superar a gigantes como Pixar y sus monstruos, si aspira a hacer pasar un muy buen rato en la sala. Y lo hace bien. Eso se agradece.

Título: Despicable me 2
Año de producción: 2013
Director: Pierre Coffin y Chris Renaud
Género: Animada
País: Estados Unidos

miércoles, 3 de julio de 2013

De qué va el libro/I: Una noche de perros


Dice Friederich Nietzsche, que la especialización es propia de las almas débiles. Basado en esta postura, puedo afirmar que Hugh Laurie (Oxford, Inglaterra, 1959) posee un alma sumamente fuerte. Es un tipo genialmente multifacético. Y es que no solo dio vida (con maestría, cabe decir) a uno de los personajes más interesantes de la televisión, el misántropo Dr. House, sino que también se ha desenvuelto como un gran actor de teatro (ha participado en obras importantes del teatro inglés, al lado de figuras como Emma Thompson y Stephen Fry), director (dirigió algunos capítulos de House), músico (toca el piano, la armónica y la guitarra. Tiene dos discos) y escritor. En esta entrada haré hincapié en esta última faceta de Laurie, recomendándoles su primer y único libro, hasta el momento: Una noche de perros, (título original, The gun seller) publicado en 1996 en el Reino Unido, y en México apenas en el 2010, por la editorial Planeta.



Thomas Lang es un ex-militar del ejército británico, un tipo duro, sencillo de gustos y sumamente sarcástico. Cierta noche en Amsterdam, se le presenta un tipo llamado McClusky, que le ofrece un trabajo: Matar a un empresario llamado Alexander Woolf. Lang, quien no cuenta ser un asesino entre sus defectos (o virtudes), declina la oferta y, no conforme con eso, acude a casa de Woolf para intentar avisarle; ahí se encuentra a un tipo que pretende matarle y a una encantadora joven que resulta ser la hija de Woolf, por la que inmediatamente se siente atraído. La vida de Thomas Lang se entrelaza con la de los Woolf, (in) voluntariamente, y va enredándose en complicados líos, en un torbellino de mentiras, corrupción y violencia que, sin darse cuenta, lo ponen en el centro de una conspiración de talla internacional.


El primer libro de Hugh Laurie retoma los elementos del género de la novela negra (o de espionajes y detectives) y los devuelve un poco menos tensos y serios, menos graves. Narrado en primera persona por el protagonista, la trama resulta ingeniosa y una bocanada de aire fresco que vale la pena. La narración es muy ágil, se agradecen las elipsis que hacen económica la historia, que va de un lado para otro; cuando todo parece detenerse, algún evento trastoca la pasividad y retoma el movimiento. Es cierto que la primera parte está mejor lograda que la segunda, donde los eventos se vuelven algo inverosímiles, pero en su conjunto es una historia coherente con ella misma y sobre todo, entretenida. 

El protagonista, Thomas Lang, es un personaje querible y astuto, además de que es lo que se dice “un buen tipo”, es el good guy (eso es lo que lo pone en el ojo del huracán, de hecho). Tal vez demasiado sarcástico, es cierto; puede llegar a ser un verdadero dolor de muelas. Sin embargo, al lector no le queda más que ser cómplice de su visión, justificarlo en sus acciones y hasta sonreírse con la sarta de comentarios políticamente incorrectos que suelta a lo largo de la historia. 


Una lectura ingeniosa, y amena. Hugh Laurie también puede jactarse de escribir bien. Y como ya les apunto en la introducción, la novela fue publicada en 1996, mucho antes de que la serie House md. Comenzara a transmitirse. Así que no piensen que el tono ácido del protagonista está tomado del doctor. Cualquier coincidencia con él, es mera coincidencia.


Para concluir, les dejo un fragmento de la novela, para que vayan entrando en calor por si se animan a conseguirla (y ojalá lo hagan. Vale la pena). Es el inicio, que debo decir, es de los más enganchadores que he leído. 

“Imagínate que tienes que romperle el brazo a alguien. 
El derecho o el izquierdo, da lo mismo. La cuestión es que tienes que rompérselo, porque si no lo haces... bueno, eso tampoco importa mucho. Digamos que ocurrirán cosas peores si no lo haces.
Mi pregunta es la siguiente: ¿le rompes el brazo de prisa —crac, vaya, lo siento, deje que lo ayude con este cabestrillo de emergencia— o alargas todo el proceso durante sus buenos ocho minutos y vas aumentando la presión poquito a poco, hasta que el dolor se convierte en algo rojo y verde y caliente y frío y, en su conjunto, absolutamente insoportable? 
Pues eso. Por supuesto. Lo correcto, la única opción correcta, es acabar cuanto antes. Rompe el brazo, sírvele una copa, sé un buen ciudadano. No hay otra respuesta.
A menos...
A menos, a menos, a menos...
¿Qué pasa si odias al tipo que está al otro extremo del brazo? Me refiero a que lo odias de verdad.
Esto era algo que ahora debía tener en cuenta.
Digo ahora refiriéndome a entonces, al momento que describo; el momento fraccionado, tan condenadamente fraccionado, antes de que mi muñeca toque mi nuca y mi húmero izquierdo se parta al menos en dos —o probablemente más— trozos chapuceramente unidos. 
Verás, el brazo en cuestión es el mío. No es un brazo abstracto, un brazo filosófico. El hueso, la piel, el vello, la pequeña cicatriz blanca en el codo, recuerdo de una esquina del radiador de la escuela primaria Gateshill, todo es mío. Ahora es el momento en que debo considerar la posibilidad de que el hombre que está detrás de mí, que me sujeta la muñeca y la sube a lo largo de la columna con un cuidado casi sexual, me odia. Me refiero a que me odia de verdad, y mucho. 
Está tardando una eternidad.”

Para rematar, les dejo la rola que le da título al  primer disco de Laurie, Let them talk. Una joyita, una joyita. 




Y podéis ir en paz, la entrada ha terminado.