Les confieso: Soy un amante
de la literatura latinoamericana. Podría decir que mi “especialidad” (o mi
mayor área de consumo, ya que no soy ningún especialista, pero qué rayos…) es
el famoso periodo del Boom (la década de los 60) y su cuarteto clásico:
Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar. Por lo menos una obra de cada
uno de ellos, se encuentra entre mis libros favoritos (aunque Cortázar es mi
preferido, qué le voy a hacer. Me identifico con los cronopios, esos seres
grises y viscosos…).
No obstante, la literatura
latinoamericana no es solamente Rayuela o La ciudad y los perros. Había mucha vida
antes de Márquez y compañía. Ellos aprendieron, además que de William Faulkner
o James Joyce, del argentino Jorge Luis Borges, del mexicano Juan Rulfo, del
guatemalteco Miguel Ángel Asturias y del autor del libro que les recomiendo
esta vez. Otro argentino: Ernesto Sábato (este 2013 se cumplen 2 años de su
muerte, por cierto); escribió 3 novelas: Sobre héroes y tumbas (1961), Abbadón,
el exterminador (1974) y el protagonista
de hoy: El túnel (1948). Un libro de los más importantes en mi vida y por lo
cual decido recomendárselos.
El pintor Juan Pablo Castel,
es el asesino de María Iribarne, en sus palabras “la única persona que podía
entenderlo”. ¿Por qué entonces la ha matado? ¿Qué oscuros pensamientos lo
llevaron a tomar esa cruel decisión?...
Ese es el argumento. Desde
que la novela comienza, el propio protagonista afirma sin tapujos que él mató a
María. Eso no es ningún misterio. El verdadero problema a resolver son,
justamente, los porqués. A partir de que anuncia al lector el final de la
historia, Sábato se dedica a contar los eventos de la relación Castel-Iribarne,
ofreciendo un detallado perfil psicológico del protagonista, develándolo como
un ser oscuro, pesimista y obsesivo. Conforme la historia avanza, uno como
lector experimenta diversas sensaciones acerca de la forma de pensar de Castel
y su visión de las cosas. Algunas veces, sus deducciones basadas en sofismas y
sus silogismos erróneos, no permiten otra cosa que la risa, por lo ridículos
que a veces resultan (un ejemplo: “[…] María y la prostituta han tenido una
expresión semejante; la prostituta simulaba placer; María, pues, simulaba
placer; por lo tanto, María es una prostituta –Puta!, puta, puta!—grité
saltando de la bañadera […]”). Otras ocasiones, provocan una risa amarga. Y
otras, un verdadero escalofrío.
Narrada en primera persona, El
túnel es una novela muy sencilla de leer, en el aspecto narrativo. El lenguaje
utilizado es fácil y la forma de escribir de Sábato es fluida, amena; nunca
cansa y las páginas se pasan volando, también debido a su estructura constituida
de capítulos cortos y a que se cuentan los hechos de forma lineal, sin grandes
saltos de tiempo, o flashbacks y cosas por el estilo. Por el contrario, la
novela resulta densa por las características psicológicas del personaje, que
son el factor a resaltar, el punto fuerte.
En la lectura de este libro,
se encontrarán con un estudio acerca de la desesperanza, de la soledad y la
incomunicación que siente un hombre como Juan Pablo Castel, cuya mente puede
resultar exasperante. Toda su actitud y sus acciones, se derivan de esa ansia
de comunicación siempre latente, un ansia de total comprensión por parte de
otra persona. Al obtener esa figura (o al creer que la obtiene) encarnada en
María Iribarne, cree que a ella le ocurrirá lo mismo. Es entonces, al ver sus
ilusiones desviándose poco a poco del camino que él deseaba que tomaran, cuando
Castel acude a su derrumbe final.
Una lectura muy interesante que
incluso le valió a Sábato el reconocimiento y elogio de escritores como Albert
Camus y Graham Greene y ser de los primeros autores latinoamericanos en ser traducidos
a otros idiomas. Una verdadera joya que les recomiendo ampliamente.
A continuación, les dejo un
fragmento de la novela.
“II
Como decía, me llamo Juan Pablo Castel. Podrán
preguntarse qué me mueve a escribir la historia de mi crimen (no sé si ya dije
que voy a relatar mi crimen) y, sobre todo, a buscar un editor. Conozco
bastante bien el alma humana para prever que pensarán en la vanidad. Piensen lo
que quieran: me importa un bledo; hace rato que me importan un bledo la opinión
y la justicia de los hombres. Supongan, pues, que publico esta historia por
vanidad. Al fin de cuentas estoy hecho de carne, huesos, pelo y uñas como
cualquier otro hombre y me parecería muy injusto que exigiesen de mí,
precisamente de mí, cualidades especiales; uno se cree a veces un superhombre,
hasta que advierte que también es mezquino, sucio y pérfido. De la vanidad no digo
nada: creo que nadie está desprovisto de este notable motor del Progreso
Humano. Me hacen reír esos señores que salen con la modestia de Einstein o
gente por el estilo; respuesta: es fácil ser modesto cuando se es célebre; quiero
decir parecer modesto. Aun cuando se imagina que no existe en absoluto, se la
descubre de pronto en su forma más sutil: la vanidad de la modestia. ¡Cuántas
veces tropezamos con esa clase de individuos! Hasta un hombre, real o simbólico,
como Cristo, pronunció palabras sugeridas por la vanidad o al menos por la
soberbia. ¿Qué decir de León Bloy, que se defendía de la acusación de soberbia
argumentando que se había pasado la vida sirviendo a individuos que no le
llegaban a las rodillas?
La vanidad se encuentra en los lugares más
inesperados: al lado de la bondad, de la abnegación, de la generosidad. Cuando
yo era chico y me desesperaba ante la idea de que mi madre debía morirse un día
(con los años se llega a saber que la muerte no sólo es soportable sino hasta reconfortante),
no imaginaba que mi madre pudiese tener defectos. Ahora que no existe, debo
decir que fue tan buena como puede llegar a serlo un ser humano. Pero recuerdo,
en sus últimos años, cuando yo era un hombre, cómo al comienzo me dolía
descubrir debajo de sus mejores acciones un sutilísimo ingrediente de vanidad o
de orgullo. Algo mucho más demostrativo me sucedió a mí mismo cuando la
operaron de cáncer. Para llegar a tiempo tuve que viajar dos días enteros sin
dormir. Cuando llegué al lado de su cama, su rostro de cadáver logró sonreírme
levemente, con ternura, y murmuró unas palabras para compadecerme (¡ella se
compadecía de mi cansancio!). Y yo sentí dentro de mí, oscuramente, el vanidoso
orgullo de haber acudido tan pronto. Confieso este secreto para que vean hasta
qué punto no me creo mejor que los demás.
Sin embargo, no relato esta historia por vanidad.
Quizá estaría dispuesto a aceptar que hay algo de orgullo o de soberbia. Pero
¿por qué esa manía de querer encontrar explicación a todos los actos de la
vida?
Cuando comencé este relato estaba firmemente
decidido a no dar explicaciones de ninguna especie. Tenía ganas de contar la
historia de mi crimen, y se acabó, al que no le gustara, que no la leyese.
Aunque no lo creo, porque precisamente esa gente que siempre anda detrás de las
explicaciones es la más curiosa y pienso que ninguno de ellos se perderá la
oportunidad de leer la historia de un crimen hasta el final.
Podría reservarme los motivos que me movieron a
escribir estas páginas de confesión; pero como no tengo interés en pasar por
excéntrico, diré la verdad, que de todos modos es bastante simple, pensé que
podrían ser leídas por mucha gente, ya que ahora soy célebre; y aunque no me hago
muchas ilusiones acerca de la humanidad en general y de los lectores de estas
páginas en particular, me anima la débil esperanza de que alguna persona llegue
a entenderme. AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA.
"¿Por qué —se podrá preguntar alguien— apenas
una débil esperanza si el manuscrito ha de ser leído por tantas personas? Éste
es el género de preguntas que considero inútiles, y no obstante hay que
preverlas, porque la gente hace constantemente preguntas inútiles, preguntas
que el análisis más superficial revela innecesarias. Puedo hablar hasta el
cansancio y a gritos delante de una asamblea de cien mil rusos, nadie me
entendería. ¿Se dan cuenta de lo que quiero decir?
Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté”
PD: Aunque a mi no me gusta
leer en la computadora o en la pantalla de un teléfono y soy de esos anticuados
que cree que no hay nada mejor que un libro, les dejo el link que contiene el libro
completo. Anímense, no los defraudará. Y si lo hace, échenme la culpa. Saludos.
Paf, se acabó.
:) debo decir lo familiar y semiótico que me resulta o bastará con sonreír?
ResponderBorrarJaja... creo que bastará con sonreír. ;)
BorrarDebo confesar que es un de mis libros favoritos, sin duda deja mucho al lector. Es muy recomendable y te mueve todo, muchos sentimientos, y sin bronca digo que todos tenemos algo de Castel en nosotros.
ResponderBorrarGracias por escribir acerca del libro y ya para terminar, Sobre héroes y tumbas también es muy recomendable, otra gran obra de este autor.
Brenda
Castel está, para mi gusto, en la galería de los grandes personajes de la literatura; latinoamericana y en general. Que bueno que te agradó la entrada, te invito a leer todo lo demás.
BorrarNo he leído Sobre héroes y tumbas, pero pronto lo haré. Sábato es insoslayable. Saludos, Brenda!