martes, 23 de julio de 2013

De qué va el libro/II: El túnel


Les confieso: Soy un amante de la literatura latinoamericana. Podría decir que mi “especialidad” (o mi mayor área de consumo, ya que no soy ningún especialista, pero qué rayos…) es el famoso periodo del Boom (la década de los 60) y su cuarteto clásico: Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar. Por lo menos una obra de cada uno de ellos, se encuentra entre mis libros favoritos (aunque Cortázar es mi preferido, qué le voy a hacer. Me identifico con los cronopios, esos seres grises y viscosos…).


No obstante, la literatura latinoamericana no es solamente Rayuela o La ciudad y los perros. Había mucha vida antes de Márquez y compañía. Ellos aprendieron, además que de William Faulkner o James Joyce, del argentino Jorge Luis Borges, del mexicano Juan Rulfo, del guatemalteco Miguel Ángel Asturias y del autor del libro que les recomiendo esta vez. Otro argentino: Ernesto Sábato (este 2013 se cumplen 2 años de su muerte, por cierto); escribió 3 novelas: Sobre héroes y tumbas (1961), Abbadón, el exterminador (1974)  y el protagonista de hoy: El túnel (1948). Un libro de los más importantes en mi vida y por lo cual decido recomendárselos.




El pintor Juan Pablo Castel, es el asesino de María Iribarne, en sus palabras “la única persona que podía entenderlo”. ¿Por qué entonces la ha matado? ¿Qué oscuros pensamientos lo llevaron a tomar esa cruel decisión?...

Ese es el argumento. Desde que la novela comienza, el propio protagonista afirma sin tapujos que él mató a María. Eso no es ningún misterio. El verdadero problema a resolver son, justamente, los porqués. A partir de que anuncia al lector el final de la historia, Sábato se dedica a contar los eventos de la relación Castel-Iribarne, ofreciendo un detallado perfil psicológico del protagonista, develándolo como un ser oscuro, pesimista y obsesivo. Conforme la historia avanza, uno como lector experimenta diversas sensaciones acerca de la forma de pensar de Castel y su visión de las cosas. Algunas veces, sus deducciones basadas en sofismas y sus silogismos erróneos, no permiten otra cosa que la risa, por lo ridículos que a veces resultan (un ejemplo: “[…] María y la prostituta han tenido una expresión semejante; la prostituta simulaba placer; María, pues, simulaba placer; por lo tanto, María es una prostituta –Puta!, puta, puta!—grité saltando de la bañadera […]”). Otras ocasiones, provocan una risa amarga. Y otras, un verdadero escalofrío.

Narrada en primera persona, El túnel es una novela muy sencilla de leer, en el aspecto narrativo. El lenguaje utilizado es fácil y la forma de escribir de Sábato es fluida, amena; nunca cansa y las páginas se pasan volando, también debido a su estructura constituida de capítulos cortos y a que se cuentan los hechos de forma lineal, sin grandes saltos de tiempo, o flashbacks y cosas por el estilo. Por el contrario, la novela resulta densa por las características psicológicas del personaje, que son el factor a resaltar, el punto fuerte.

En la lectura de este libro, se encontrarán con un estudio acerca de la desesperanza, de la soledad y la incomunicación que siente un hombre como Juan Pablo Castel, cuya mente puede resultar exasperante. Toda su actitud y sus acciones, se derivan de esa ansia de comunicación siempre latente, un ansia de total comprensión por parte de otra persona. Al obtener esa figura (o al creer que la obtiene) encarnada en María Iribarne, cree que a ella le ocurrirá lo mismo. Es entonces, al ver sus ilusiones desviándose poco a poco del camino que él deseaba que tomaran, cuando Castel acude a su derrumbe final.

Una lectura muy interesante que incluso le valió a Sábato el reconocimiento y elogio de escritores como Albert Camus y Graham Greene y ser de los primeros autores latinoamericanos en ser traducidos a otros idiomas. Una verdadera joya que les recomiendo ampliamente.

A continuación, les dejo un fragmento de la novela. 

“II
Como decía, me llamo Juan Pablo Castel. Podrán preguntarse qué me mueve a escribir la historia de mi crimen (no sé si ya dije que voy a relatar mi crimen) y, sobre todo, a buscar un editor. Conozco bastante bien el alma humana para prever que pensarán en la vanidad. Piensen lo que quieran: me importa un bledo; hace rato que me importan un bledo la opinión y la justicia de los hombres. Supongan, pues, que publico esta historia por vanidad. Al fin de cuentas estoy hecho de carne, huesos, pelo y uñas como cualquier otro hombre y me parecería muy injusto que exigiesen de mí, precisamente de mí, cualidades especiales; uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es mezquino, sucio y pérfido. De la vanidad no digo nada: creo que nadie está desprovisto de este notable motor del Progreso Humano. Me hacen reír esos señores que salen con la modestia de Einstein o gente por el estilo; respuesta: es fácil ser modesto cuando se es célebre; quiero decir parecer modesto. Aun cuando se imagina que no existe en absoluto, se la descubre de pronto en su forma más sutil: la vanidad de la modestia. ¡Cuántas veces tropezamos con esa clase de individuos! Hasta un hombre, real o simbólico, como Cristo, pronunció palabras sugeridas por la vanidad o al menos por la soberbia. ¿Qué decir de León Bloy, que se defendía de la acusación de soberbia argumentando que se había pasado la vida sirviendo a individuos que no le llegaban a las rodillas?

La vanidad se encuentra en los lugares más inesperados: al lado de la bondad, de la abnegación, de la generosidad. Cuando yo era chico y me desesperaba ante la idea de que mi madre debía morirse un día (con los años se llega a saber que la muerte no sólo es soportable sino hasta reconfortante), no imaginaba que mi madre pudiese tener defectos. Ahora que no existe, debo decir que fue tan buena como puede llegar a serlo un ser humano. Pero recuerdo, en sus últimos años, cuando yo era un hombre, cómo al comienzo me dolía descubrir debajo de sus mejores acciones un sutilísimo ingrediente de vanidad o de orgullo. Algo mucho más demostrativo me sucedió a mí mismo cuando la operaron de cáncer. Para llegar a tiempo tuve que viajar dos días enteros sin dormir. Cuando llegué al lado de su cama, su rostro de cadáver logró sonreírme levemente, con ternura, y murmuró unas palabras para compadecerme (¡ella se compadecía de mi cansancio!). Y yo sentí dentro de mí, oscuramente, el vanidoso orgullo de haber acudido tan pronto. Confieso este secreto para que vean hasta qué punto no me creo mejor que los demás.

Sin embargo, no relato esta historia por vanidad. Quizá estaría dispuesto a aceptar que hay algo de orgullo o de soberbia. Pero ¿por qué esa manía de querer encontrar explicación a todos los actos de la vida?
Cuando comencé este relato estaba firmemente decidido a no dar explicaciones de ninguna especie. Tenía ganas de contar la historia de mi crimen, y se acabó, al que no le gustara, que no la leyese. Aunque no lo creo, porque precisamente esa gente que siempre anda detrás de las explicaciones es la más curiosa y pienso que ninguno de ellos se perderá la oportunidad de leer la historia de un crimen hasta el final.

Podría reservarme los motivos que me movieron a escribir estas páginas de confesión; pero como no tengo interés en pasar por excéntrico, diré la verdad, que de todos modos es bastante simple, pensé que podrían ser leídas por mucha gente, ya que ahora soy célebre; y aunque no me hago muchas ilusiones acerca de la humanidad en general y de los lectores de estas páginas en particular, me anima la débil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme. AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA.

"¿Por qué —se podrá preguntar alguien— apenas una débil esperanza si el manuscrito ha de ser leído por tantas personas? Éste es el género de preguntas que considero inútiles, y no obstante hay que preverlas, porque la gente hace constantemente preguntas inútiles, preguntas que el análisis más superficial revela innecesarias. Puedo hablar hasta el cansancio y a gritos delante de una asamblea de cien mil rusos, nadie me entendería. ¿Se dan cuenta de lo que quiero decir?

Existió una persona que podría entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté

PD: Aunque a mi no me gusta leer en la computadora o en la pantalla de un teléfono y soy de esos anticuados que cree que no hay nada mejor que un libro,  les dejo el link que contiene el libro completo. Anímense, no los defraudará. Y si lo hace, échenme la culpa. Saludos.


Paf, se acabó.

4 comentarios:

  1. :) debo decir lo familiar y semiótico que me resulta o bastará con sonreír?

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  2. Debo confesar que es un de mis libros favoritos, sin duda deja mucho al lector. Es muy recomendable y te mueve todo, muchos sentimientos, y sin bronca digo que todos tenemos algo de Castel en nosotros.
    Gracias por escribir acerca del libro y ya para terminar, Sobre héroes y tumbas también es muy recomendable, otra gran obra de este autor.
    Brenda

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    1. Castel está, para mi gusto, en la galería de los grandes personajes de la literatura; latinoamericana y en general. Que bueno que te agradó la entrada, te invito a leer todo lo demás.

      No he leído Sobre héroes y tumbas, pero pronto lo haré. Sábato es insoslayable. Saludos, Brenda!

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