Siempre
son valiosas las películas que se atreven a hablarle al espectador directo a la
cara, aquellas que buscan un impacto, que saben, calará en ese instante
histórico más que en cualquier otro, porque juegan con los referentes del
momento, metiendo el dedo en las llagas menos visibles, aquellas escondidas a
plena luz.
Esto
es Birdman (o la Inesperada Virtud de la Ignorancia). Todo aquí es una bofetada
cínica a cada círculo en los que se inserta: de los que viene, en los que está
y a los que se dirige. González Iñarritu, en la que es posiblemente su creación
más grande (y la que indudablemente será la nueva referencia en la calidad de
su obra), no deja títere sin cabeza: ni a la industria del cine, ni a sus
espectadores, ni a los actores, ni al espectáculo. Birdman... (Parafraseando a
Silvio Rodriguez) es una gran mortificada, para que cuando mortifique no
vayan a acusarla. Y se divierte siéndolo.
He
aquí una historia que narra cómo el actor venido a menos Riggan Thompson
(Michael Keaton, en una de sus mejores actuaciones en mucho tiempo), quien en
el pasado encarnó 3 veces a un superhéroe de una conocida franquicia
hollywoodense, trata de llevar a buen puerto una adaptación teatral de un texto
de Raymond Carver que él mismo escribe/produce/dirige/actúa, para probarse a sí
mismo, y de paso al mundo, que puede hacer algo relevante tanto artística como
personalmente, y mucho más profundo que una cinta de superhéroes. A lo largo de
la cinta, vemos todos los contratiempos a los que se tiene que enfrentar con
tal de cumplir su gran sueño (¿u obsesión?) de demostrar que es más que una
simple “celebridad” (tal como lo ningunea cierta temida crítica teatral); a
cierto actor genial, pero problemático (Edward Norton, muy en su papel); a su
hija recién salida de rehabilitación
(Emma Stone); a la actriz con la que mantiene una problemática relación tras
bambalinas (Andrea Riseborough); a su neurótico productor (Zach Galifianakis,
actuando de verdad, por increíble que parezca) y, finalmente, su propio ego e inseguridad,
acaso fundidos en uno solo.
Lo
que Iñarritu ha hecho con este, su quinto trabajo, es lo que tanto nos
prometían sus cintas anteriores: Un filme brillante en todos aspectos. Si bien ya
sus precedentes eran muy buenos, con Birdman... su obra cinematográfica emprende
el vuelo hacia otros derroteros mucho más demandantes, arriesgados y pulidos en
cuanto a técnica, narrativa, discurso y temáticas. Una obra como esta, en donde
todos los engranes encajan a la perfección y cada elemento aporta claridad al
relato, no debe ser flor de un día, sino una nueva plataforma de exigencia,
tanto para los que disfrutamos el cine, como para el que lo ofrece.
Alejandro
G. Iñarritu (así firma ahora) ha hecho una historia totalmente coyuntural. Acorde
con los tiempos que vivimos, donde las películas de superhéroes, presentadas
con bombo y platillo, dominan las carteleras, y los actores y las actrices
resaltan más entre más escándalos acumulen, el director se regodea mostrándonos
la ingratitud de la fama, el desenfreno y la sordidez que rodea a todo el mundo
artístico/del espectáculo (ya entrados en herejías, quizás, acaso, dos caras de
una misma moneda) en clave de comedia negra a través de Riggan Thompson (y
todos los demás también), un hombre tan lleno de rabia como cualquier otra persona,
ansioso de enseñarle al mundo sus maravillosas cualidades extraordinarias, inéditas
y recónditas (levitar como nadie, mover cosas con su mente prodigiosa, como
nadie, volar incluso…), ansioso de hallarse hasta arriba de la marquesina (y
más allá, por encima de todos, en el firmamento) con todos los reflectores
apuntando a su cabeza y rodeado de los murmullos de todos los espectadores
asombrados por ese instante de grandeza logrado, que, espera, dure para
siempre.
Para
dar la sensación de acción continua e inmiscuirnos en los ajetrados días de
Riggan, el recurso del (falso) plano secuencia le queda como anillo al dedo; la
inquieta cámara de Lubezki se mueve como si estuviera viva, llevándonos por
todos los recovecos posibles entre el mundo en el que se desenvuelve y su
propia mente, acosada por esa voz del superhéroe que encarnó en sus años mozos,
su propio alter ego, quien aparte de gritarle arengas cínicas, echarle en cara
todas sus carencias e inflar su ego egoísta, le insiste que se deje de ñoñerías
artísticas y haga la cuarta parte de Birdman, pues así le dará al público lo
que quiere: explosiones y pantallas verdes al por mayor; La ilusión de ir
hombro con hombro con el protagonista y vivir en carne propia su frenesí,
definitivamente es lograda con esa toma única, ejecutada con maestría.
Mención
aparte merece la banda sonora compuesta a percusión limpia por Antonio Sánchez;
un impresionante manejo de los objetos musicales (que no sonidos musicales, necesariamente)
que le imprime mucha personalidad a la película, acorde con esa línea alocada y
difusa, entre golpes suaves de tambor y el descontrol de bombos y platillos, siguiendo
los caprichosos cambios de humor del personaje principal.
De
esta forma, Birdman (o La Inesperada Virtud de la Ignorancia), es, en un claro
e irónico paralelismo con la trama, el propio descontrol de Iñarritu, quien,
socarrón y brillante (como su filme), emprende el vuelo hacia ese parnaso de
los grandes realizadores, del que ya no se vuelve, pero sí se corre el riesgo
de despeñarse fácilmente. Ojalá siga por los aires, para fortuna suya y deleite
nuestro.
Título: Birdman (Or the Unexpected
Virtue of Ignorance)
Director: Alejandro G.
Iñarritu
Año: 2014
País: Estados Unidos
Actores: Michael Keaton,
Emma Stone, Edward Norton, Andrea Riseborough, Zach Galifianakis, Naomi Watts