“Ser
es ser percibido”, dijo el filósofo inglés George Berkeley. Con esto quería
decir que la existencia de un hombre (o un objeto) se manifiesta en cuanto es
percibido por otro ente capacitado para percibirlo. Se desprende de esto la
importancia de la mirada, de la observación y la experiencia empírica, la
sensible, como elementos fundamentales del éxito ontológico.
La
discusión podría ejemplificarse con la pregunta conocida: si nadie escuchó ni
vio al árbol caerse en medio del bosque, ¿éste realmente se cayó? La cuestión
puede seguir e incluso llevarse al terreno artístico cinematográfico; La Imagen
Ausente (Rithy Panh, 2013) es un vivo ejemplo de la necesidad de una imagen que
pueda ser percibida, no como mera ilustración, sino como evidencia de la
memoria; de que hubo historia.
En
1975, en Camboya, el régimen dictatorial del general Lon Nol fue derrocado por el
ejército de los llamados “Jemeres Rojos”. Su líder, Pol Pot, luego de tomar el
poder, formó la Kampuchea Democrática, basada en ideales comunistas; pero sus
acciones no hicieron nada más que frenar el desarrollo de sus ciudadanos e
instaurar un régimen totalitario basado en ideas radicales y no poco crueles, que
contemplaban un anti capitalismo extremo, pobre racionalización de la comida,
trabajo agrario extenuante, fusilamientos arbitrarios y precarias condiciones
de higiene y salud, que conducirían a lo que en la actualidad es conocido como “El
genocidio camboyano”.
El
director de La Imagen Ausente, vivió en carne propia los crímenes que los Jemeres
Rojos perpetraron no solo contra sus conciudadanos, sino con su propia familia.
Para armar el documental, buscó imágenes de aquellos tiempos, pero las pocas
que encontró no eran suficientes. No permanecieron evidencias. Por tanto,
decidió recrear escenarios y situaciones
con figuras de arcilla, transponiéndolos también con las contadas filmaciones
que pudo rescatar, hechas por algunos camarógrafos que pertenecían a los
propios Jemeres; con ellas trae al presente la memoria (su propia memoria) de una
época de miedo, deshumanización y desolación; una época de pobreza material y espiritual
y de violencia omnipresente; la hace visible a través de esas figuras
infantiles y poco estilizadas, coloridas y de una primitiva belleza artesanal,
que sin embargo no aminoran el impacto del relato. Esos rostros de arcilla inmóvil,
que miran sin ojos, gritan sin emitir sonido alguno y erizan la piel de aquel
que los ve (del que observa la memoria); las figuras encorvadas y enanas nos
cuentan la historia de un pueblo en el que cada persona no poseía nada más que
una cuchara, porque todas sus pertenencias (ropa, dinero, comida) le fueron
arrebatadas por ser consideradas propiedad privada, por tanto, enemigas a la
causa; cuentan la historia de un pueblo que trabajaba en campos de arroz diariamente
y que solo descansaba para ser adoctrinado y alabar posters pegados en la pared
de Marx, Lenin y Trotsky; cuentan la historia de un pueblo diezmado por
experimentos, por fusilamientos, por represión; por la promesa de una sociedad
perfecta basada en el orden, la explotación, el colectivismo y la abolición de
la propiedad privada, por el miedo; por la soledad y por el hambre.
Las
imágenes ausentes en este documental son aún más fuertes que cualquier otra, porque
el hecho de que justamente no estén, o no haya, da cuenta de la atrocidad de
los eventos. La evocación de las escenas inhumanas que provocan las figuras, la
narración en off y los sonidos, contienen en sí mismas tanta tensión como
cualquier material de archivo. Ese contrapunto entre lo naif y lo atroz, provoca un choque que violenta pacíficamente
al espectador y le lleva a ser testigo (y por ende ese otro necesario para
existir) de un trauma histórico y una pesadilla colectiva que aún marcan a una
sociedad.
Es
curioso que una película con una forma tan fascinante y que está compuesta por
imágenes atractivas, resalte en su título justo aquellas imágenes que le
faltan, las ausentes. Pero eso quizás es una forma de instalarse en dos tipos
de posturas contra el hecho: Homenaje a aquellos que cayeron (esos soldados
desconocidos que terminaron sus días en fosas comunes) y su permanencia en el
recuerdo como un acto subversivo (y con esto evoco el subversivo recuerdo único de Aureliano
Buendía de todos los obreros muertos en el tren).
La
Imagen Ausente es muchas imágenes; un filme que nos muestra aquello que no está,
que nos hace contemplar detrás de la máscara, y así nos hace entrar en el juego
dialéctico de ver-ser visto en el que todos, siempre, somos ambas partes; de
esta forma, tanto nosotros como ellos nos reafirmamos y también reafirmamos la
historia, el mundo; “Hay porque vemos”, ya escribió Pessoa.
Titulo: L´image manquante
Director: Rithy Panh
País: Francia-Camboya
Año: 2013
No hay comentarios.:
Publicar un comentario