martes, 15 de julio de 2014

De qué va la película/XVII: La Imagen Ausente


“Ser es ser percibido”, dijo el filósofo inglés George Berkeley. Con esto quería decir que la existencia de un hombre (o un objeto) se manifiesta en cuanto es percibido por otro ente capacitado para percibirlo. Se desprende de esto la importancia de la mirada, de la observación y la experiencia empírica, la sensible, como elementos fundamentales del éxito ontológico.


La discusión podría ejemplificarse con la pregunta conocida: si nadie escuchó ni vio al árbol caerse en medio del bosque, ¿éste realmente se cayó? La cuestión puede seguir e incluso llevarse al terreno artístico cinematográfico; La Imagen Ausente (Rithy Panh, 2013) es un vivo ejemplo de la necesidad de una imagen que pueda ser percibida, no como mera ilustración, sino como evidencia de la memoria; de que hubo historia. 



En 1975, en Camboya, el régimen dictatorial del general Lon Nol fue derrocado por el ejército de los llamados “Jemeres Rojos”. Su líder, Pol Pot, luego de tomar el poder, formó la Kampuchea Democrática, basada en ideales comunistas; pero sus acciones no hicieron nada más que frenar el desarrollo de sus ciudadanos e instaurar un régimen totalitario basado en ideas radicales y no poco crueles, que contemplaban un anti capitalismo extremo, pobre racionalización de la comida, trabajo agrario extenuante, fusilamientos arbitrarios y precarias condiciones de higiene y salud, que conducirían a lo que en la actualidad es conocido como “El genocidio camboyano”.

El director de La Imagen Ausente, vivió en carne propia los crímenes que los Jemeres Rojos perpetraron no solo contra sus conciudadanos, sino con su propia familia. Para armar el documental, buscó imágenes de aquellos tiempos, pero las pocas que encontró no eran suficientes. No permanecieron evidencias. Por tanto, decidió recrear  escenarios y situaciones con figuras de arcilla, transponiéndolos también con las contadas filmaciones que pudo rescatar, hechas por algunos camarógrafos que pertenecían a los propios Jemeres; con ellas trae al presente la memoria (su propia memoria) de una época de miedo, deshumanización y desolación; una época de pobreza material y espiritual y de violencia omnipresente; la hace visible a través de esas figuras infantiles y poco estilizadas, coloridas y de una primitiva belleza artesanal, que sin embargo no aminoran el impacto del relato. Esos rostros de arcilla inmóvil, que miran sin ojos, gritan sin emitir sonido alguno y erizan la piel de aquel que los ve (del que observa la memoria); las figuras encorvadas y enanas nos cuentan la historia de un pueblo en el que cada persona no poseía nada más que una cuchara, porque todas sus pertenencias (ropa, dinero, comida) le fueron arrebatadas por ser consideradas propiedad privada, por tanto, enemigas a la causa; cuentan la historia de un pueblo que trabajaba en campos de arroz diariamente y que solo descansaba para ser adoctrinado y alabar posters pegados en la pared de Marx, Lenin y Trotsky; cuentan la historia de un pueblo diezmado por experimentos, por fusilamientos, por represión; por la promesa de una sociedad perfecta basada en el orden, la explotación, el colectivismo y la abolición de la propiedad privada, por el miedo; por la soledad y por el hambre.

Las imágenes ausentes en este documental son aún más fuertes que cualquier otra, porque el hecho de que justamente no estén, o no haya, da cuenta de la atrocidad de los eventos. La evocación de las escenas inhumanas que provocan las figuras, la narración en off y los sonidos, contienen en sí mismas tanta tensión como cualquier material de archivo. Ese contrapunto entre lo naif  y lo atroz, provoca un choque que violenta pacíficamente al espectador y le lleva a ser testigo (y por ende ese otro necesario para existir) de un trauma histórico y una pesadilla colectiva que aún marcan a una sociedad.

Es curioso que una película con una forma tan fascinante y que está compuesta por imágenes atractivas, resalte en su título justo aquellas imágenes que le faltan, las ausentes. Pero eso quizás es una forma de instalarse en dos tipos de posturas contra el hecho: Homenaje a aquellos que cayeron (esos soldados desconocidos que terminaron sus días en fosas comunes) y su permanencia en el recuerdo como un acto subversivo (y con esto evoco el subversivo recuerdo único de Aureliano Buendía de todos los obreros muertos en el tren).

La Imagen Ausente es muchas imágenes; un filme que nos muestra aquello que no está, que nos hace contemplar detrás de la máscara, y así nos hace entrar en el juego dialéctico de ver-ser visto en el que todos, siempre, somos ambas partes; de esta forma, tanto nosotros como ellos nos reafirmamos y también reafirmamos la historia, el mundo; “Hay porque vemos”, ya escribió Pessoa. 


Titulo: L´image manquante
Director: Rithy Panh
País: Francia-Camboya
Año: 2013

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