miércoles, 21 de enero de 2015

De qué va la película/XXIII: Boyhood


El paso del tiempo es un tema que siempre ha seducido al humano. El saberse finito lo ha llevado a explorar el transcurrir del tiempo en un sinfín de formas, conservando siempre el elemento de aceptación ante el hecho de que la vida avanza en un eterno ahora, que apenas un instante después se vuelve pasado. Y que todo lo dicho, lo hecho y lo vivido, se quedarán eternamente en las cosas, lugares y personas donde se pusieron. Y que no volverán nunca.

Sin embargo, al mismo tiempo, coexistiendo con esta idea medianamente fatalista, también existe esa idea de que el tiempo nos cura y se lleva todo aquello que dolió, todo lo que en su momento nos causó problemas, reemplazándolo por otros dolores y problemas nuevos. Y que la persona que vemos en el espejo es siempre una persona distinta, aunque sea la misma, tal vez un con un barro nuevo en la nariz o con otro corte de cabello y que definitivamente ha abandonado las mejillas rechonchas de hace un par de años.


El director Richard Linklater ha dejado muy claramente una  cierta obsesión por el paso de los años. Tan solo con citar su trilogía de Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes de la medianoche (2013), donde siguió la evolución de una pareja, desde que se conocen siendo unos jóvenes, hasta cuando tienen que lidiar con los problemas y el cansancio inevitable de la vida en pareja una vez cumplidos varios años de casados, en tres películas con intervalos de 9 años en la ficción y en la realidad. Esta vez vuelve a hacerlo en su nueva (y, según declaraciones suyas, su última) película, Boyhood (2014), un ejercicio cinematográfico grande en manufactura y en sentimiento. 


Boyhood sigue la vida de un niño, Mason (Ellar Coltrane) y su familia (su hermana, interpretada por Lorelei Linklater y sus padres, Patricia Arquette y Ethan Hawke), a lo largo de 12 años de vida. Lo que veremos en pantalla son, como su subtítulo en español lo indica, momentos de una vida dentro de un núcleo familiar como cualquier otro. Presenciamos los desengaños, los momentos tristes, las parejas que vienen y van, los momentos alegres, los días con el padre, la escuela; fragmentos de lugares y vivencias, que se van acumulando y al mismo tiempo se escapan cuando el filme avanza. Una crónica sobre la vida, pues al inicio del filme Mason cuenta con 6 años y finaliza cuando entra a la universidad. Lo acompañamos en ese camino no pocas veces sinuoso que es crecer y lo abandonamos aún con mucho futuro por delante. El sentimiento nunca es barato y la nostalgia que provoca, siempre es verdadera.

Se trata de un ejercicio cinematográfico ambicioso. El rodaje, iniciado en 2002 y terminado en 2013, contó con los mismos actores desde el principio hasta el final; los histriones crecieron como sus respectivos personajes. Boyhood fue filmada poco a poco, en 39 días de rodaje repartidos en 12 años; El acuerdo fue juntarse una vez por año, para filmar una nueva etapa de la vida de Mason y su familia.

La experiencia resulta conmovedora, pero nunca fatalista ni sensiblera. Los conflictos que presenciamos en la vida de Mason, son los de una familia relativamente común y corriente, donde los buenos momentos no son engrandecidos por esa manía ensalzadora de la bonhomía, ni los malos condenados irremediablemente. Las tragedias nunca son tan amargas, ni todo tan maravilloso, sino que vemos pasar los sucesos como a menudo pasan en nuestras vidas la mayor parte de los días: cotidianamente. Porque nunca somos tan conscientes, ni el más analítico del mundo, de lo que está pasando en el diario. Los días pasan y hacemos planes, vemos personas y comemos. Incluso los puntos nodales de nuestra existencia pasan en un instante; cuando menos lo notamos, ya estamos en otra parte. Igual pasa aquí: Cuando menos lo notamos, Mason ya luce más alto y se cortó el cabello, su madre tiene más arrugas en el rostro y su padre tiene canas en las sienes.


De esta forma, la sencillez y, hasta cierto punto, la banalidad de la vida de todos los días, se vuelven las principales armas de la película. Atrevo el comentario de que, así como hay grandes productos que evocan determinados tiempos y épocas, Boyhood podría considerarse (obviamente guardando las distancias) una crónica del núcleo típico familiar que ha vivido en la década del 2000, porque todo lo que vemos es común de la primera década del nuevo siglo; niños que viven con un solo padre y ven al otro los fines de semana, que viven con las nuevas parejas que van llegando, que ven Harry Potter y juegan Xbox o Nintendo Wii, que escuchan a Britney Spears y a Lady Gaga. Porque el relato de una década de vida de una familia, también es el relato de la tecnología, de la política, de las nuevas formas de familia. Las personas cambian junto con el mundo. Todo avanza. Todos vamos dejando cosas atrás.

Quizás Boyhood es un filme que funciona mejor visto y entendido en su conjunto, más que por la brillantez de ciertos aspectos individuales. Porque el sabor a entrañable se logra hasta que llega el último plano y comienzan los créditos finales. De la misma forma, la línea es delgada entre el paso normal del tiempo y un cierto ritmo cansino, pero dos factores logran evitar que el filme caiga por completo en este último: la propia pericia de Linklater para impulsarlo cada vez que parece estancarse con un nuevo episodio, y sus propios actores. Ellos lo sostienen por completo y de no ser tan buenos, tal vez el mayor interés de la película recaería solamente en sus doce años de rodaje. Afortunadamente no es así, y todos logran mover las fibras más sensibles del espectador con actuaciones honestas y sólidas (Ethan Hawke y Patricia Arquette, más que increíbles; Ellar Coltrane muy en su papel de un joven algo callado, pero con cierto aire de misterio; y Lorelei Linklater, cumplidora).

A final, Boyhood es un viaje por ciertos pasajes de la vida de una familia, con dosis parejas de nostalgia, sensibilidad, cliché y banalidad. Porque así vivimos todos los días, todo el tiempo; caminando entre vestigios del pasado, en medio de días llenos de emociones y algunos otros que seguramente no recordaremos nunca; entre banalidades de juegos y el día que empacas para irte a vivir otra parte; en medio de la familia y la soledad. Sin embargo, todo eso lo notamos hasta que vemos todo en retrospectiva. Mientras tanto, siempre es “ahora”.

Título: Boyhood
Director: Richard Linklater
Año: 2014
País: Estados Unidos
Actúan: Ellar Coltrane, Ethan Hawke, Patricia Arquette, Lorelei Linklater


viernes, 9 de enero de 2015

Seriales/I: Southcliffe


No cabe duda que la televisión está atravesando una época de esplendor creativo y brillantez artística. A finales de la década pasada, con programas como Lost o House MD., comenzó lo que poco después (y hasta la fecha) sería el estallido de la televisión como el medio idóneo para contar historias emocionantes, interesantes y complejas; la programación ya no se trataba solo de programas de concursos, de revista o películas; ahora teníamos Game of Thrones, Breaking Bad, Mad Men, y muchas otras series que dejaban de ser “tan solo un programa de la tele”, para volverse nuevos referentes culturales, deleitar a su público con tramas complejas, personajes construidos con precisión y producciones de primer nivel, que absorbían elementos tanto técnicos como narrativos que antes nunca se hubiera soñado ver en la televisión, tan solo en una película o un producto más “serio”.

Las series de televisión se han ganado un lugar privilegiado. Dentro de este formato televisivo se pueden encontrar joyas de un valor incalculable; las estadounidenses True Detective, House of Cards, Orange is the New Black, o las inglesas Black Mirror, In The Flesh, Utopía, solo por citar algunas y de las más conocidas. Pero dentro de esta pléyade de joyas televisivas, hay algunas no tan promovidas que, sin embargo, dejan ver de manera evidente que la televisión, dista mucho de ser tan solo una “caja idiota”.


Ese es el caso de la inglesa Southcliffe, algo a medio camino entre serie de televisión y cine de autor. Transmitida a mediados del 2013 por Channel 4 y dirigida por el neoyorquino Sean Durkin, la serie fue presentada incluso en el Festival de Cine de Estocolmo y en el de Toronto, como uno de los grandes estrenos de los eventos. Una serie verdaderamente imperdible. 



Un pequeño pueblo de Inglaterra, supuestamente tranquilo, apartado del libertinaje y las grandes catástrofes, donde sus habitantes se enorgullecen de su apacible y aparentemente sano modo de vida, ve rotas sus apariencias cuando, un día por la mañana, es despertado por el sonido de disparos en la lejanía. Nadie sabe qué ocurre, pero a partir de entonces ya nada volverá a ser igual. Uno de sus habitantes, Steven Morton, un ex-militar anodino y sosegado, ha decidido tomar un rifle y matar a cuanta persona se le atraviese en el camino. La tragedia toma por sorpresa a todos y conmociona el inconsciente colectivo en sus raíces más profundas. Poco después, un reportero llega al lugar a seguir el caso, pero sus propios lazos íntimos con Southcliffe, saldrán a relucir inevitablemente.

Esto es apenas la punta del iceberg. Con Southcliffe, estamos ante un verdadero prodigio de narrativa. En 4 capítulos conocemos varios enfoques del altercado, que nos dan cuenta de la magnitud del suceso y la repercusión del acto en la comunidad entera, más dispuesta a olvidar que a indagar en las raíces del problema. A lo largo del programa, Sean Durkin construye una crónica del drama, un relato casi completo de la calamidad y el dolor que se desencadenan a partir de que uno de sus miembros, ese que se antojaba prescindible y secundario, decide llenar las calles de su pueblo con sangre. Es entonces cuando la idílica y frágil idea que tienen todos del lugar donde viven, se evidencia como no más que una mentira que, una vez llegada la tragedia, obstaculiza la autocrítica y niega la catástrofe, en aras de conservar la apariencia de paz y recato moral.

Un producto arriesgado, sin duda, que sin embargo sale avante en prácticamente cualquier aspecto. El realizador es capaz de manejar la trama con cuidado y elegancia, pintando un cuadro global tanto de los elementos principales como los secundarios; los actores son increíbles, con trabajos interpretativos duros, increíblemente ejecutados; la fotografía, lúgubre y sofisticada a la vez, nos presenta una comunidad deslavada, sumida entre la niebla y el viento; los paisajes brumosos y grises, sirven de encuadre para un relato plagado de dureza, que nunca cae en los excesos del melodrama, sino todo lo contrario, dibuja con precisión las simas que alcanzan los personajes que fueron tocados por la tragedia, ya sea directa o indirectamente, a través de constantes saltos en el tiempo, en un historia no líneal que a menudo vuelve a lugares y momentos que ya habíamos visto, pero contados desde otro enfoque, lo que obliga al espectador a prestar toda su atención desde el inicio y hasta el final de los cuarenta y cinco minutos aproximadamente que dura cada capítulo, dentro de los cuales no hay nada que sobre; ni un solo momento, ni un personaje, ni un encuadre. Tal vez haya cosas que falten (el último capítulo, sobretodo, que podría ser considerado anticlimático luego de 3 capítulos vapuleantes y con algunas cosas interesantes que se antojan poco desarrolladas, lo que evidencia un poco la dificultad de cerrar de manera redonda esta historia) pero no demeritan en nada el trabajo hecho.


Un drama áspero, pasivamente agresivo, contado como la crónica de una catástrofe. Un relato perfectamente equilibrado, que utiliza impecablemente sus elementos para provocar en el espectador justo la sensación que quiere: pesadez e incomodidad. Porque en el pueblo de Southcliffe, donde, según sus habitantes “no pasa nada”, hay un fantasma merodeando las calles, moviéndose sigiloso entre las avenidas y las casas; un fantasma oscuro que se mueve debajo de la piel de todos sus habitantes y aguarda el momento preciso para salir.

Con esto, llegan las preguntas: ¿Acaso el tiroteo fue un caso aislado? ¿Fue de verdad una acción individual, motivada por un instinto psicópata y alentado por la locura? ¿O fue la consecuencia indirecta de las acciones y la forma de pensar de un pueblo sumido en la intolerancia, la mofa, el desprecio y la incomprensión, que se cree recatado y pacífico? Quizás solo fue la reacción lógica de un hombre contenido que, como una olla a presión, con su estallido alcanzó a todo aquel que estaba cerca de él. Quemando a todos aquellos que, sin darse cuenta, sin quererlo, prendieron el fuego y no vieron venir la explosión.


Título: Southcliffe
Director: Sean Durkin
Escritor: Toni Grisoni
Año: 2013
País: Inglaterra
Capítulos: 4
Actúan: Rory Kinnear, Sean Harris, Shirley Henderson, Anatol Yusef, Eddie Marsan, Kaya Scodelario


PD: Como regalo, les dejo un link donde pueden ver la serie completa, subtitulada. Disfrútenla.

http://www.cinedemedianoche.cl/2014/08/miniserie-southcliffe-tv-2013.html