martes, 26 de agosto de 2014

Feliz cumpleaños, cronopio cronopio


Ya había escuchado que un tal Julio Cortázar era increíble y todo un clásico de la literatura latinoamericana. Cuando en la preparatoria me dio por descubrir las novelas del Sur del continente, decidí comprar el mamotreto que es la edición de Rayuela de la editorial Punto de lectura. Tenía pocas referencias sobre el libro, solo sabía que era imperdible, según había escuchado por ahí. Mientras leía, en el camión, en la calle, en la escuela, comprobé que, efectivamente, era imperdible. La lectura de Rayuela fue increíble: Complicada, a veces; muy entretenida, en otros; también romántica a ratos y poco predecible. Varios capítulos tuve que releerlos, porque no había entendido prácticamente un carajo de lo que decían Horario y su grupo de amigos del Club de la serpiente. Terminé el libro y sin vacilar, conseguí más obra de Cortázar, hasta prácticamente leerla toda. A la fecha le tengo un cariño especial y podría decir, con muy pocas reservas, que es uno de mis autores favoritos. Es un cliché, ya lo sé, pero que carajos.  

Julio Cortázar nació en Bruselas el 26 de agosto de 1914, de padres argentinos. Llegó a Argentina a los cuatro años de edad y pasó la infancia en Bánfield, un suburbio de Buenos Aires. Enseñó literatura francesa en la Universidad de Cuyo, Mendoza y renunció a su cargo por desacuerdos con el gobierno. En 1951 se trasladó a París donde trabajó como traductor. Se convirtió en una de las principales figuras del llamado “boom” de la literatura hispanoamericana, y disfrutó del reconocimiento internacional. Ya en años de madurez, se identificó con los pueblos marginados y estuvo muy cerca de los movimientos de izquierda, tras su visita a Cuba en 1962 (muestra de ello es su cuento Reunión, situado justo después del desembarco del Che Guevara en Santa Clara, Cuba). En 1981 se le otorgó la ciudadanía francesa, cosa que lo haría muy feliz, como queda palpable en un texto que escribió sobre ello, titulado Disculpen si leo estas palabras… Contenido en el libro Papeles inesperados (Punto de lectura, México, 2012, por si a alguien le interesa). Murió en 1982, a causa de leucemia.

Hoy se cumplen 100 años de su natalicio y sigue tan presente como nunca. Por doquier se encuentran sus citas, sus referencias, su prosa juguetona que cautiva a cualquiera aunque muchas veces no se sepa porqué o no haya razones eruditas para explicarlo. Puedo decir, como su poema dedicado al Ché, que yo tuve un hermano en Cortázar. No nos vimos nunca, pero no importaba. De todas formas ya estoy acostumbrado a mandar saludos a ninguna parte para mis entrañables (lo que cobra el vicio de gustar de cosas viejas).

Este texto evidencia, a mi juicio, el carácter melancólico, lúdico y sencillo de la pluma del argentino. Feliz cumpleaños, cronopio cronopio.


Aplastamiento de las gotas

    Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
 
    Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.




Saludos a todos. Nos leemos la próxima.