jueves, 27 de junio de 2013

Textos/II: Noticias

Su nombre no era importante, sin embargo le llamaban por uno que le habían dado, “El preso”. Dado que a nadie realmente le importaba qué ocurriera con su vida, lo habían metido en una celda muy estrecha con solo una ventanita que daba hacia el mar, a fin que escuchara solamente las olas y nada de las conversaciones que afuera tenían lugar.
Del mismo modo, las torturas resultaban agobiantes, no tanto por los choques, o por las llagas infectadas, sino porque las sufría en completa soledad e imaginando qué sería de toda la tropa en esos instantes, mientras que él solo podía mirar la ventanita, así como la noche anterior, y la anterior, y la anterior a esa.
A menudo recordaba cómo había comenzado todo y cómo había seguido: Las hambrunas, los gritos, la rabia, la miseria y la desesperanza. El movimiento, las ganas, la organización, los puños, la tierra. Las redadas, las selvas, los fugitivos, la represión, la captura, el apresamiento, las muertes. Nada le hubiera hecho sentirse mejor que tener noticias de sus compañeros y de cómo había resultado el asalto al Palacio: ¿Lo habían logrado?, ¿se habían infiltrado hasta la habitación del Coronel?, ¿le habían matado?, ¿siquiera se habrían acercado?, ¿O por el contrario, los habían capturado y matado a todos?...

El último de los días, la puerta se abrió, y entró uno de los custodios. Lo levantó de su esquina violentamente y lo sacó de la celda. Lo condujo por un pasillo largo, hasta que llegaron a una puerta que daba hacia el exterior, que a juzgar por lo poco que se veía, parecía un patio. Le quitaron los grilletes de los tobillos y las esposas. El guardia le preguntó si quería tener noticias de sus compañeros, y le dijo que pronto las iba a tener. Abrió la puerta y salieron a un patio muy grande, con un patíbulo en la esquina. Levantó un poco la vista; en una de las ventanas, el Coronel lo miraba.  Había algo de burla en su cara. La operación había fallado. Todos los Sargentos y altos mandos, lo miraron al pasar, con una sonrisa irónica en la cara. Él no los miró: Posó su mirada en su pecho, en el lugar donde había recibido esa primera bala, aquella bala que casi lo mata, aquel día en que renunció a la vida fácil. Al llegar al patíbulo, el custodio le dijo: ahí están tus noticias. Él levantó la cabeza: colgando, con los cuellos rotos, yacían sus compañeros. Todos y cada uno, tal como se los imaginó en sus peores delirios. Ahora él aceptaba su último destino, quizás el único final posible, aunque nunca hubieran querido aceptarlo; el final al que le habían conducido la batalla, la lucha y la esperanza: una soga abrazando su cuello.


Antes que el verdugo jalara la palanca, él cerró los ojos y recordó irónicamente, la única cosa que había escuchado a través de la ventanita durante los últimos días y que tanto había maldecido antes: Las olas del mar.




3 comentarios:

  1. Temo decirte que tuve la primicia de este cuento hace tiempo, me gusta :) no es mi estilo, pero me gusta :) muy tú. Te amo.

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  2. :) me gusta saber que lo lees. Te amo!

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  3. Éste en especial me gusta mucho, El encierro siempre será de pesadilla e.e

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