Por
fin llega a cines la nueva película de Martin Scorsese, El lobo de Wall Street,
una obra de 3 horas de duración, basada en el libro homónimo que cuenta la
historia del ascenso y caída de Jordan Belfort, un corredor de bolsa
inescrupuloso, inmoral y carente de principios, que no le importa estafar a los
clientes que le hablan esperanzados detrás de la línea con tal de llevarse un
buen pedazo de comisión. Esta historia, aunada a una gran actuación de Leonardo
DiCaprio y una dirección de altos vuelos, se presenta como un gran filme del
realizador neoyorquino.
El
lobo de Wall Street es una obra cínica, descarada; es la única forma de contar
el devenir del protagonista, un personaje cuyos principios y valores murieron
aplastados por el dinero. DiCaprio entrega una actuación impecable, llena de
matices; presenta a su Jordan Belfort como el personaje inestable que es,
entregado a los excesos de las drogas, el sexo y la incorrección moral y
política. Por momentos su actuación es tan creíble, que no parece ser tal: ¿no
hay nada de DiCaprio en Jordan o viceversa? Los límites se desdibujan cuando
dota su actuación de gestos propios, de una forma de hablar particular, por
ejemplo. Un reconocimiento a Leonardo por su trabajo se antoja totalmente
merecido e inevitable.
Un
punto me parece importante resaltar para la comprensión del personaje: Belfort
es un clase mediero con dinero. Su forma de comportarse está más
cercana a la desmesura propia de una persona de clase media, nivel
socioeconómico siempre aspiracional, que de pronto se ve con la posibilidad de
acostarse con una modelo en una cama repleta de fajos de billetes. Era
previsible su forma de actuar, de alguna manera. De ahí su concepción del
dinero como el que te otorga “una mejor vida, una mejor mujer, mejores autos” e
incluso te vuelve “mejor persona” porque puedes hacer obras de caridad. En sus
modos hay derroche inconsciente, de ese que actúa por mero placer dionisiaco,
vanidoso, ególatra. De ahí viene su desprecio hacia lo pobre; dice en algún
momento del filme, ante la mirada atenta e idolátrica de sus empleados: “No hay
nada noble en la pobreza. He estado en la pobreza y en la riqueza y siempre he
elegido la riqueza”. Su ego clase mediero lo traiciona más de una vez, y
también lo salva; Jordan Belfort es una persona que sabe sacar provecho de las
situaciones y de las personas. Salva su pellejo en incontables ocasiones porque
estuvo en el lugar adecuado a la hora adecuada y, de alguna forma, actuó
adecuadamente. Su inteligencia y actitud emprendedora, que parece no tener
miedo a nada, lo lleva a ser el gran magnate que es. Su cinismo es épico, su
determinación incansable. Un personaje tan detestable como hipnótico.
Tampoco
se puede omitir la implícita “crítica” (las comillas valen) al mundo financiero
que representa Wall Street, al discurso económico y el modo de vida norteamericano, en tono de humor negro e ironía punzante; se cree tan
firmemente en la “libertad” y la “actitud emprendedora”, y se les deja tan
libres, que cualquier vendedor ponzoñoso como Belfort (o sus asociados) puede
amasar una fortuna con el dinero de otras personas, crear una casa de bolsa
fraudulenta y libertina como Stratton Oakmont y huir campante una y otra vez de
todos los mecanismos judiciales y preventivos. En cierta escena, Jordan dice: “¡Stratton
Oakmont es América!” Es decir, ¿América (Estados Unidos) es corrupta, amoral,
poco ética y funciona a partir de mentiras? La ironía, aunque pequeña, es
inevitable y efectiva.
La
película cuenta con una duración de poco más de 3 horas, extensión justificable
pero que no impide que uno como espectador se canse en determinados pasajes.
Además, varios puntos de tensión pueden ser interpretados como el climax final,
sin embargo, cuando se develan como solo un cambio de trama y la película
continúa, fluida y pausada en su frenético montaje, se puede hacer la pregunta
interna: ¿esta película jamás terminará o qué? No obstante esto, al final del
metraje el sabor de boca es grato, muy grato. Eso es también gracias al gran trabajo
histriónico de todos los involucrados, pero con mención especial para Jonah Hill,
inquietantemente cómodo en su papel del psicótico socio de Jordan. Asimismo, la
selección del soundtrack es impecable.
En
conclusión, El lobo de Wall Street es una cínica película que está hecha
estupendamente. No diré algo tan debatible como que es de lo mejor de Scorsese,
eso tal vez sería decir mucho, pero definitivamente es una de sus grandes obras
recientes, vale cada minuto invertido (y vaya preparado, invertirá muchos); El
destino del protagonista es quizás predecible, pero lo emocionante (lo desquiciado,
lo miserable, lo raro) es el camino. El camino del lobo.
Título original: The Wolf of
Wall Street
Director: Martin
Scorsese
Año: 2013
País: Estados Unidos
Reparto: Leonardo DiCaprio, Jonah Hll, Matthew McConaughey, Jean Dujardin, Jyle Chandler, Rob Reiner:
Gracias por leer, no se la pierdan. No olviden darle like a la critica y compartirla si les gustó. Nos leemos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario